GURMÉ VERANO 2016

A tres tiros de piedra llegaríamos a la Bode- guita Entrecárceles . Es un minúsculo bar que hace esquina con el callejón Faisanes. Cuando comencé a parar por allí ya la pandilla se había ido desgajando en grupos más pequeños o directamente en parejas. Nosotros quedamos dos de las segundas y allí nos tomábamos unos botellines helados con montaditos de hígado encebollado o menudillos de pollo al jerez. La bodeguita le regentaban Ángel y su madre Jovi- ta y era famosa porque servían copas del que se decía que era el mejor amontillado del mundo: Fino Imperial. No quiero terminar sin nombrar a El Rincon- cillo , bar que nunca he dejado de visitar, pero lo que nadie sabe es que tiene un significado iniciático para mí. La noche del 5 de enero, mi padre y varios amigos, después de que la Cabalgata de Reyes pasase por delante de su bar en la calle Recaredo, iban a la desaparecida confitería Ortega en la calle Puente y Pellón. Allí les esperaba el dueño para prepararles los

roscones, caramelos, peladillas, chocolatinas y demás golosinas que, después de cenar en El Rinconcillo , nos dejaban sigilosamente en casa. Un año, al ir a cumplir el rito, mi padre dijo: hoy nos vamos con el niño en su coche. Esa noche compré los dulces con ellos, disfru- tamos juntos de las pavías, las croquetas, los melocotones en almíbar, el queso viejo con ca- bello de ángel y el cigarrillo final. Luego fuimos a colocarle los regalos a mi hermano pequeño. Esa noche ya fui oficialmente adulto. Y, de remate, los mejores sesos de cordero (entre otros manjares) que prepara Concha en La Casa del Cordero , en la calle Paraíso y los profiteroles de crema -como deben ser- del San Marco regentado por Teresa en Santo Domin- go de la Calzada.

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