REVISTA GURMÉ 08-07-2018 La Voz de Cádiz

vender vino, coñac y aguardiente. «Antes nada más que se bebía eso, antes no había ni cerveza ni Coca-Cola» señala. Su clientela eran, sobre todo, trabajadores del campo por lo que el negocio era más bien pequeño. Es por ello que Antonio, a la edad de 17 años, comenzó a traba- jar como peón de albañil para ganarse la vida. «Entonces yo iba andando hasta Barbate» recuerda, «eso era allá por el año 1958, cuando todavía había hambrecilla por aquí». Durante muchos años, Antonio se curtió en el arte de ser un buscavidas, cosa que no se le dio nada mal gracias a su carácter amigable y a su picaresca. «Yo he salido de aquí con un seiscientos carga- do de chivos para venderlos y no tenía dinero ni para echar gasolina, y he vuelto de Cádiz con 20.000 duros en el bolsillo. Esa es la universidad más grande que hay, la calle te enseña». Precisamente por esa forma de ser, con sonrisa sincera y un gran sentido del humor, Antonio tiene el privilegio de contar con muy buenos amigos entre los que se encuentra el prestigioso cocinero José Andrés, afincado en Washington. Él fue uno de los precursores del resurgir de la Venta El Toro hace ya 20 años. «Aquí viene mucha gente de Washingnton a comer que me dicen: vengo de parte de José Andrés» comenta. Fue hace dos décadas cuando Antonio decidió dejar su trabajo en la construcción para dedicar- se de lleno al negocio que inició su padre. Hoy en día la Venta El Toro es parada obligatoria en Vejer, en especial para probar sus famosos hue- vos fritos con patatas y jamón, su menudo, la berza y los sabores caseros de siempre . El actor Hugo Silva, el Gran Wyoming o Raquel Revuelta son algunos de los habituales del lugar. «Wyo- ming cada vez que viene se toma una copita conmigo» afirma entre risas. En la Venta El Toro se han vivido fiestas eternas. «Cuando Bar- bate estaba bueno de pesca, aquí entraba el dinero con una pala. Venía gente que tenía bar- cos con un guitarrista y un cantaor, y empezaba la fiesta a la una del día y no se iban hasta la una de la noche» recuerda Antonio. Nunca imaginó que la pequeña barra que mon- tó su padre iba a convertirse en lo que es hoy, donde han llegado a atender hasta cien comensales a la vez. Santa Lucía es ahora un hervidero de visitantes muchos de los cuales vienen para echar un ratito con Antonio.

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