Pregón de Semana Santa Joaquín Romero Murube

Pregón de Semana Santa Joaquín Romero Murube

ÜB1As n, RoME�o Y .Mu�uBE Cancióndel Amante Andaluz El mi; completo Je los hbros de poesía andaluM de este momento es la •Cam;i.ón del An1a11te An­ da/.,,:,,, de Joaqufn Rome• ro y Murubc. Completo por q ue contiene las dos dimensiones de la poesía andaluza: la popular y la clásica. A una parte los m.Í.s sabrosos decires: ro­ mane.es, coplas, candonu de amor, soñadoras kasidas y nanas infantiles:. J?e otra parte se enraíza el l,bro de Romero y Murubc c.nn la c.seuela cl:isic.., .sevi• llana, uniendo su palabra a la meditación melancólica de Bécquer, a la sutil tris tcza clc�iaca de I Icrrcn 1 a 1a otra •Andalucfa,. r.an auténtic•-y acaso m.Ís­ q ue l:a poesía policroma y �cñcra ele los poetas representativo,. Grnr I u\lo 1),-., Pt1'J"

JOAQUIN ROMERO Y MURUBE

PREGON

DE LA

SANTA

SEMANA

SEVILLA,

1944

PREGON DE LA SEMANA SANTA

POR

JOAQUJN ROMERO Y MURUBE

SEVILLA

Ed;Lúúllca E,pdola,S. A.-194,4

OBRAS DE JOAQUIN ROMERO Y MURUBE

PROSARIOS. Sevilla, ,9�3. Imprenta Gironés. (Agotada}.

SOMBRA APASIONADA. Sevilla, ,928, Imprenta de Manuel Cannona. (Agotada).

SEVILLA EN LOS LABIOS, Segunda cdici

éANCION DEI. AMANTE ANDALUZ, 1941.

Edito­

rial Miracle. Barcelona.

DISCURSO DE LA MENTIRA, 1943. Madrid. Edicio­ nes de la Revista de Occidente.

Pr

CASIDA DEL OLVIDO. SEVILLA EN LOS LABIOS. Venido al francés y

al inglá.

Esr A versión del •Pregón de la Semana Santa• c:.1tá hecha sobre los textos taquigr.16- cos del discurso P"onunciado por Joaquln Ro­ mero y Murnbc en el Teatro. San Fernando, de Sevilla, el domingo 19 de muzo de 1944. El autor ha introducido las variantes a que obliga la diferencia entre un texto hablado y un t_;xto escrito. Solo, claro es, en lo que concierne a la forma, y ,in tocar el fondo y los limite, del tema.

EL AUTOR ha cedido l a propiedad de esta obra a la Primitiva, Real y Pontificia Hermandad de Nazarenos de Nuestra Señora de la !Soledad, establecida en la Iglesia Pal'l'O" quial de San L>renzo, de nuestra ciadad. Dicha Hermandad podráhacer cuanw-tdiciona esti­ me oportu.no, aplicando los bcnc6cios ccon6Dll­ cos de las misma., a sus gastos de cultos. Obran en poder de la Hermandad los documentos ce• sorio� y demostrativos de estos derechos. QUEDA rigurosamente prohibido y scri sancionado, con el aUI.ilio de la ley, el hactt publieaciona fn gm entarias de los textos de esta obra. Primera cdici6n de 2.000 ejemplares. R e­ servados todos los dcredios.

Quedan hechos l o s dep6sitos legales.

DEDICATORIA:

A Sokd.d Mur■bo y C.rdou, mi •Hjit.t, etist.baa eom.pden do IOda, miJ: bo ru : lu de M o­ grfu, la, de apcn,ucas� lu do dolor.

PREGON

DE LA SSMANA SANTA

11 ACR algunos afios, en cierto ciclo de conferen­ cias literarias, organizado por el Ateneo de Sevilla, se anunció la intervención de un es­ critor sevillano que hace ya bastante tiempo está au­ sente de nuestra ciudad. No despertó mayor interés el anuncio de aquella conferencia, y a la hora de cele­ brarse el acto había en el salón una concurrencia exi­ gua, frente a la bien poblada presidencia. Bien po­ blada presidencia, DO sólo porque aquel escritor había invitado por su cuenta a pacientes autoridades, que ilustraban con su presencia aquel acto, sino también porque el Presidente de la Sección de Literatura era hombre bien abastecido de carnes, y el orador gozaba de una corpulencia hercúlea. Era alto, cúbico, gordo desde los pies hasta la cabeza. Tenia una cara de luna llena, con moraduras de barba muy bien afeitada, y unos ricitos caprichosos, sueltos, flotantes, que, por el diámetro excepcional de sus facciones, más que ca-

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PRmGON DB LA SBMANA SANTA

bellera parecía uno de esos nimbos gloriosos que el arte cristiano heredó seguramente de los pejnados clá­ sicos de la antigüedad. Comenzó el acto. El Presi­ dente de la Sección de Literatura hizo la consabida presentación del orador: dijo de sus méritos y cuali­ dades; exaltó los valores de sus obras; destacó los linos matices de su oratoria y cedió la palabra al con­ ferenciante... Este se puso en pie. Como el salón de actos del Ateneo es una pieza pequefía y de no mucha altura de techos, la fornida corpulencia del conferenciante se acusaba con proporciones de estatua viviente. Penna­ neció unos minutos silencioso, con los brazos caídos sobre la mesa. Luego levantó la vista, como buscando algo que se le hubiera perdido por los rincones del te­ cho. Pero mudo. El escaso público comenzó a impa­ cientarse. El orador levantó una mano, como si fuera a coger algo por el aire; pero continuaba encerrado en su terrible mutismo. Se produjo en la sala Wla sensación de angustia densa, irrespirable. El orador no podia romper · a hablar. Aquella escena entraba en los límites de la tortura, cuando el Presidente del Ate­ neo, que ocupaba la presidencia y que era médico, tu­ vo una idea salvadora: se puso en pie junto a aquella estatua viva y muda, le cogió el pulso, hizo como qu.e

lo

SANTA

111:KANA

LA

DJI

PBJ:OON

le observaba atentarnent.e y, dirig¡i�dose al auditorio, exclamó: -=El conferenciante se ha puesto repentinamen­ te enfermo. Ya -Se anunciará por la Prensa el día en que la conferencia hya de tener lugar. Y, para que no se olvide nada, diré que, en efec­ to, pocos días después volvió a anunciarse el acto. EJ salón estaba lleno de bote en bote. La gente iba a ver si el pobre literato recala nuevament.e en su in­ esperada y fulminante enfermedad. Pero el conferen­ ciante traía su discursito escrito, lo leyó y la gente se aburrió soberanamente.

Justamente como al conferenciante del Ateneo, a mi no me puede ocurrir, porque ya he empezado a

hablar: y no pase angustias el auditorio, no prepare El orador el termómetro ninguno de los médicos que me escu- y el escritor

chan... Es posible que yo me corte, es posible que tra- buque las ideas y desordene los conceptos. Si me ocu- rre el percance, buscaré el hilo por estas cuartillas que quedan aquí, lcomo anclas salvadoras, y donde viene, ordenadamente, toda la estructura de lo que quiero decir. Para los que tenemosoostumbre de es-

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R O M E R O Y

M U R U H I!:

I O AQUI N

cribir, es muy dificil hablar en público con determi­ nada corrección y brillantez. El escritor realiza su tra­ bajo en la más absoluta soledad. Se abstrae del me­ dio ambiente y pule, corrige, varía, afina el concepto, muda el vocablo, ennoblece la frase, construye, en una palabra, con absoluta libertad. El orador, por el conLrario, no existe sin el público. Y de ahí también que el orador no sea buen escritor. Castelar, cuando escribía novelas, hacía discursos. Todos sus persona­ jes, aun los más modestos-el campesino, el marinero . , el oficinista, la monja-, cuando hablan o dialogan, parece que están siempre sentados en los escaños del Congreso de los Diputados. Y si me faltan estas cua­ lidades oratorias, ¿por qué be aceptado el pronunciar este discurso? Sencillamente porque creo que para ha­ blar de Sevilla y de Semana Santa no hace falta ser orador. ¡ Qué bien hablan al gu nos sevillanos que ape­ nas saben ni leer! Quien quiere bien algo, bien lo sabe decir. Y quiero y amo tanto a mi Ciudad, y a las fiestas de mi Ciudad, que creo que encontraré, aunque con torpeza, el modo de expresarlo. Ten�, además, poca voz para pregonero. Ya es tradicional q u _ e esto se lla­ me Pregón de la Semana Santa. Y asi ha sido otros años en las maravillosas intervenciones de García San­ clúz, Pemán y Luis Ortiz. A mí me falta voz para pre-

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gonar. V oy a hablar en voz baja, casi al oído, como se dicen Ju cosas muy queridas. Y, dando por concluidos estos prolegómenos, tras agradecer al selior Teniente de Alcalde las excesivas palabras que ha tenido para mi persona y para mi obra, paso a entrar en mi pre­ gón, pidiendo como indulgencia a ustedes el cumpli­ miento de wr vie j o refrán: "¿Quién ni ega tres cuar• tos-aquí de confianza-al Drel!'Ollero?"

Mucho he dudado sobre la elección de tema para este acto. ¡ Es tan copiosa y tan varia en materias nues-

tra Semana Santa 1 ¡ Cabe enfocarla desde tantos pun- Copiosidad tos de vista! Siendo igual para todos , casi existe una del tema

Semana Santa distinta para cada sevillano. Los nifios ven una Semana Santa de caballos, tambores, trom- petas, la bordq_uita y apóstoles dormidos bajo la pal- mera de oro y el áng,el trémulo de La Oración en el Huerto. Los onamorados ven otra Semana Santa , he- cha de promesas y esperanzas. Los padres ven su san- gre, su inquietud y su dolor en el dolor de Jesús. Los forasteros-"los i ng teses" , como llamábamos antigua- mente a todos los turistas----vcn otros aspectos de la fiesta. l..Qs anciauos rezan en voz baja. Y hay una Sc-

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Toda la ciudad es templo

PREGON

DE

LA SEMANA

SANTA

mana Santa también para los enfermos, para los que, postrados en la cama, no pueden concurrir a la fiesta. Al interior de sus cuartos cerrados llega el eco de las trompetas y tambores. Y ya que no pueden acompa­ ftar a su Cristo o a su Vir�n con el cirio de peniten­ cia, le acompañan con dos lágrimas ardientes que res­ balan incontenibles por las mejillas... Hay muchos te­ mas de Semana Santa. Pero en este barroquismo de • emociones y realidades, hemos querido ir al tema ini- cial, al más sencillo y al más profundo. Hemos querido buscar la razón última y primera. Vamos a ver si ave­ riguamos por qué los sevillanos han hecho la Semana Santa como es. Prescindamos de las manifestaciones secundarias y accesorias. ¿Qué es, en última instancia, la Semana Santa? La Semana Santa es laexaltación del sentimien­ to religioso de la Ciudad, sentimiento religioso que, sien­ do el mismo para todo el orbe cristiano, aquí adquiere peculiaridades únicas y maravillosas. Y esto, ¿por qué? Problema religioso, es decir, problema de Dios. Pro­ blema de Dios que surge para el hombre en el mo­ mento terrible e inelud.iole de la muerte. 1Muerte 1

Tema

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P&EGON

DB

LA

SBKANA

SANTA

¡ Dios! La Semana Santa es la resolución religiosa, artistica y humana de ese tremendo problema fatal en el que se derrumban todQS-ouestros dlas y todas nues­ tras horas: la muerte. ¿Pero cómo ha llegado el sevi­ llano a esta disciplina de -sus postrimerias de Wl modo tan singular, placentero, estético y maravilloso? ...Examinemos el problema con detenimiento y curiosidad. V amos a hablar de cosas diíiciles y pro­ fundas. Seamos, pues, claros y sencillos.

�guramente que no existe pueblo alguno como el sevillano, t.an capacitado para el goce jocundo de la vida. En realidad, ese difícil secreto de Sevilla, que Car11Cterls­ tanto buscan los escritores y los ensayistas, no es más ticas del que eso: la capacidad biológica excepcional t los vene- sevillano ros i nago tables de goce que para todo el mundo � sora, por designio divino, esta ciudad maravillosa. No me refiero a los goces de ti po material. En ese aspec- to quizás sea Sevilla una ciudad incómoda desde la cli- matología hasta l a vivienda, pongo oomo cosas las más elementales para estar cómodamente en algún sitio. Los veneros de goce a que me refiero son impotÍde- rables: están en la luz, en el aire dormido de lascalles,

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lOA Q UIN

ROMERO Y

MUR OS&

en el misterio de las plazas, en el silencio de los patios, en la luz con sueño de algunos ojos, en un más allá indefinible y arcano que nos hace, de pronto, al ir por la calle, al estar en nuestro balcón, subir los ojos, mi­ rar al cielo y sentirnos llenos de una felicidad sin limi­ tes, no sabemos por qué... En los barrios, en los pueblos, podemos observar un íen6mcno que ocurre .con relativa frecuencia. Es,. tá un hombre en su casa, en su trabajo, en su distrae ci6n, o no haciendo nada. De pronto siente la necesi­ dad de asomarse a la puerta de la calle. Nada ocurre, ni pasa nadie que le interese. Se asoma: ve la luz, per­ cibe el aire, mira al cielo. Vuelve a entrar en su casa. Reanuda su trabajo, su jueg1> o su ocio. No ha pasa­ do nada... ¿Nada? En aquel momento este sevillano acaba de ponerse en contacto con el cosmos, acaba de acusar su perfecta biolog'ia en la maravillosa armonía de la creación. Ha tenido el aire, la luz, el infinito, den­ tro de sus ojos, en su sangre, en su vida. El sevillano va quemando lentamente sus horas, junto a una mujer, junto a un libro, junto a una copa de vino, de charla o palique con la amistad de todos los días, obteniendo de todo ello un goce interior, una satisfacción de placer único y difícil, que sólo él sabe medir y calibrar. El sevillano lo mide y calibra todo.

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PRZOON DZ LA SBKANA SANTA

No olvidemos esto, porque estimamos que es un rasgo característico, fundamental en la psicología sevillana, y que, sin embargo, la �te no lo ha apreciado ba!,o,, tante. El sevillano lo mide, lo calibra todo. El primero a quien yo lé oi señalar esta éara.cterlstica de la psi­ quis hispálica fué a don Miguel de Unamuno. Estaba yo en Salamanca, en los meses finales del afio 1936, y tenla vivos deseos por conocer a aquel gran espai'lol, que hoy seguramente estará en los cie­ los, porque Dios le habrá perdonado sus grandes erro­ res, en atención a que era bueno de corazón y tenla hambre de eternidad. Salía don Mi gu el a pasear por la carretera de Zamora, a través de los campos de la Armuña, los mlls feraces de Espalla. Aquella tierra negra e infinita la scntia don Miguel como si fuera su propia carne. Tenía el infantilismo de describirla con todos sus accidentes, nombres, pueblos, aldeas y ve­ cinos. Paseábamos una tarde con él, y como yo le pre­ guntase su parecer sobre Sevilla, me contestó rápido. haciendo un alto en la marcha, y clavándome los es­ pejuelos de sus grandes ojos de lechuza: -Los sevillanos son finos y fríos; por eso yo no los entiendo bien, porque yo soy desordenado y vehe­ mente. Y me contó la siguiente anécdota: en Salamanca

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Y

IIUR V B •

I OAQUIN ROMER O

había él tenido un compañero de cátedra que era se­ villano. Muchas tardes salían a pasear por aquel mis­ mo sitio. Ocurría a veces que al llegar al paso a ni­ vd del ferrocarril, estaba con las alambradas corri­ das, porque el convoy iba a pasar. Y había que det.& ner el paseo. Pasaba el tren. Apenas había corrido an­ te los ojos el último vagón, elsevillanose volvía rápi­ do y decía: 14, 8, 17. Había contado los vagones. Y de aquí don Miguel se remontaba eo conclusiones gene­ rales. En este afán de la medida., del número, está la esencia de la escuela poética sevillana. Este sentido de la proporción y del volumen produce la Giralda. El sevillano lo mide y calibra todo. Fijáos cómo se hace esto popularmente, de una manera casi im­ perceptible: cuando se quiere, por ejemplo, ponderar el número exacto de una reunión de amigos, no se dice la cifra; se dice al go más, que denota una calidad superior de inteligencia y afecto: "allí estábamos los cabales". Cuando se ha pasado un rato agradable y placentei:P, suele hacerse un comentario de terrible egoísmo: "bueno; mañana será otro día... Pero este ratito que hemos pasado hoy, ¡éste!, no hay quien nos lo quite". Este goce misterioso, esta atracción irresistible, es la que hace que los buenos sevillanos no puedan ea-

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PREGOR DE LA SBXANA SARTA

tar mucho tiempo fuera de su tierra. 1 Cómo se ve Se­ villa desde lejos! Yo, sefíores, por ahí no oigo máscam­ panas que las de Sevilla. En la Catedral de Santiago, en Barcelona, junto al camparúle de Florencia o bajo las arcadas de San Pedro, de Roma, yo oí los bronces más nobles de la Cristiandad y me acordaba de las es­ quilas de mis torres y espadañas de Sevilla. ¡ Suenan de un modo tan especial las campanas bajo este cielo claro, purísimo, de nuestros barrios.! Y esta atracción de Sevilla sobre sus hijos llegJ a trascender por encima de la muerte. Nosotros cono­ cimos a determinada persona, un solterón, rico y sim­ pático, que nunca había salido de Sevilla. Apenas tC:. nla familia, no le embargaban mayores ocupaciones y podía hacer de su tiempo y de sus ahorros el uso que tuviera por converúente. Y como yo un día le pre­ g¡mtase "¿ pero por qué no hace usted algún viaje? ¿ Por qué no va una temporadita a Madrid? -¿ Quién, yo? ¿Yo salir de Sevilla? Para que a lo mejor me muera por ahí... 1 Hasta ahí podían llegar las bromas... 1 Aquel sevillano, como muchos otros, hasta muer­ to quería segµir estando en Sevilla. Se vive de tal modo en Sevilla, que aquí parece

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.JOAQU[N

ROIIBBO

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11:ua1111. •

que oo se muere uno nunca del todo. No hay una áu,, dad que tenga un nomenclátor de callejero con más nombres propios . que la nuestra.Sevilla es la ciudad de los eruditos y de los arqueólogos: los eruditos que re­ sucitan con su trabajo la vida de otros tiempos, y los arqueólogos que desentrafian · también las picdru y accidentes hundidosen los abismosdel tiempo. La6ni� ca radio del mundo que da. emisiones de tipo arqueoló­ gico-una arqueología elemental-sobre . calles, edifi­ �os y monumentos, es la radio de Se\iUa. Semanal­ mente hemos tenido una audición dearqueólogia inci­ piente, entre una copla de la Piquer y el número que ha obtenido el premio del cupón de los ciegos. AJ calor de esta vitalidad desbordada y jocunda del sevillano, de esta atracción 8erisual, cosmológjca, 11ue nos rodea para vivir, yo he llegado a eospecbar si la auténtica explicación del Tenorio oo está en el am­ biente sevillano, y .JJO en todo ese ringorrango de teo­ ría s, ensayos, metafisicas y deliquios oon que laest:in adornando los •escritores de estos últimosaiioa. Ya es un detalle que Don Juan Tenorio eeasevillano. l� bkma teológico? ¿ Problema sexual? Quizás menos

Hipótesis sobre el Te11orlo

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Cofradía por la Catedral

PB�GON D• LA SBMAffA SANTA

importante. Don Juan es un sevillaJ:io dicharachero y presumido, arrogante, q�e va cogiendo las flores de la vida en su manifestación más dulce y apasionada. Con ímpetu desbordado: con un olvido absoluto para el ayer y con una imprevisión total para mañana. Vive. Ama. G-Oza. No olvidemos que el Tenorio nació de la pluma de un religioso que vivió en el Barrio del Museo, de nuestra Ciudad, y que la fuente de su sabiduría pa• ra conocer el corazón humano estaba en el confesio- 11ario. Cierto que Tirso de Molina emplaza el desorde­ nado · uso · que Don Juan hace de su vida, con un pro­ blema teológico, el del libre albedrío. Y lo condena. Don Juan va al Infierno... Muchas veces hemos pen. sado nosotros que si 'f�r80 de Molina hubiera sido "ca• pillita" no hubiese oondenado a Don Juan. El "capi­ llita", aun dentro 4c la mayor ortodoxia, tiene siem­ pre para la comprensión de las flaquezas humanas un indice de magnanimidad, de conmiseración, de indul­ gencia. ¿Y sabéis por qué? Pues porque el "capillita" está acostumbrado a la consideración de Dios, en el trance sublime y redentorista de su Pasión y su Muer­ te, que es donde se manifiesta su inmensa misericordia hacia la humanidad, de manera más patética y subli­ me... Dos siiJos después, Zorrilla, el poeta más nacio­ nal de España, resucita a Don Juan Tenorio y lo en.

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�O A QUIN ROMER O Y MU RUB �

vía al cielo. Si Zorrilla hubiera vivido en Sevilla, hu­ biese sido un gran "capillit..", y seguramente de la Candelaria...

Nos encontramos, pues, con un pueblo capacitado como pocos para degustar y consumir ese hálito di- ÚJ m11estrla vino y cordial que llamamos vida. Cada sevillano es

un pequeño cosmos proyectado con suma perfección y aprovechamiento hacia el sector objetivo de la vida a que le llevan sus trabajos o predilecciones. Y de ahí, de este encaje perfecto entre el sujeto y el mundo ob­ jetivo circundante, que ésta sea la tierra genuina y po¡iular de los maestros: aquí se le llama maestro no sólo a los que en su organización gremial alcanzan esta · ca­ tegoría, sino a todo el que trabaja o hace algo. Porque se presupone que lo hace bien. Mac.�tro es el que cantlí ,. el qne torea, el que cobra en el tranvía, el sacristán que enciende las velas del altar, el que escribe en el perió­ dico, hasta el que realiza el oficio mas pobre y más simple-el limpiabotas, por ejemplo-se le llama maes­ tro en esta tierra, sin que en ello haya rebozo de ironía ni intención de zumba alguna. Y todo esto, gozosa y armoniosamente, con una ponderación natural y exac-

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PREOON

DB

LA

SBMANA SANTK

ta. Sevilla es el único pueblo donde oo causa extrañeza q ue al llamar a . un ser vidor-a un cochero, a un cama­ rero--, en vez de contestar " voy ", como seria natural, conteste "olé"... Y cump le su cometido como un maestro.

Un pueWo asi capacitado para vivir dentro de la armonía de la luz y de la exuberante naturaleza que le rodea, con una inconciencia de pá j aro y con una fe- La 11111eru licidad de flor, debía sentir, como ningún otro, y en una . proporción . lógica terrible, un terror pánico ante la muerte. Y he aquí el gran misterio y la sublime pa-

radoja · del sevillano. La muerte es la negación de la vida, es decir, el polo opuesto a todo lo que venimos señalando oom9 característica humana esencial del se- villano. ; BienI Pues ninguna ciudad como Sevilla. iµngún pueblo como el sevillano conoce y trata me j or la muerte. ¡ Que no causen sor p resa mis palabras I Re- p itámoslo: ningúu pueblo conoce y trata mejor la muerte q ue el sevillano... Meditemos un poco sobre es- to. Por aquí podemos lle ga r a la razón de que nuestra Semana Santa sea como es. Por aquí anda la clave de nuestro Pregóo...

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JOAQUIN ROMERO Y M'OR'OB B

¡ La muerte en Sevilla! En esta tierra de la luz, en este rincón de los valores inmarcesigles, en esta jo­ cundidad radiante y gpzosa, la negación del ser, la des­ trucción, la nada. La muerte en Sevilla, y no de una manera panteísta y filosófica: muerte real y terrible: mejillas de cera, pelo lacio, labios descompuestos, pul­ sos parados y fríos. La muerte en Sevilla, no lejana y metafísica, sino con esa terrible presencia inmedia­ ta y conjunta de todas las realidades de esta tierra : la muerte en nuestros padres, la muerte en nuestra no­ via, en nuestros hijos, la muerte dent1"9 de nosotros m1Smos... ¿ Cómo trata el sevillano la muerte? Veármslo. Primero, en el campo de la literatura y de las artes; luego, en la observación popular y cal�ejera. Hay una pieza ejemplar en la líricaelJ)a_iwla, d� bida a la pluma de un ingenio seviliáno dél1lglo XVI, que cumplió . tan fielmente lo que deseaba � su estt1o, que aún no ha podido la critica de tres siglos ave­ riguar el nombre del autor de esta maravilla literaria. Me refiiero a la "Epístola Moral", que quiússepan de corrido muchos de los que me escuchan. tl.a recordáis?

La muerte ea Sevilla

Bpistola moral

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PREOON D• LA SZMANA SANTA

Fabio, las esperanzas corlesana.s pri.ri011es son de el ambicioso muere y donde al más astuto nacen canas.

Fijáos como en el segundo ver$0 de la composi­ ción ya aparece la muerte. Pero adentrémonos en la discriminación conceptual de este monumento de la li· teratura castellana. Prescindamos de la exégesis cri­ tica de su perfección formal ; de la nurnerosidad de su acento y de su concepto; de la elegantísima línea mo­ ral perfecta, sabia, sevillanísirna, de que hace mérito y centro de su deseo... Todo está respaldado aquí por la idea y acusación de la muerte. ¡ Y con qué realis­ mo, con qué nobleza! Llama al amigo y le dice que venga a morir aquí: .

Ven y reposa en el materno seno de la . anlig,w RomMlea, cuyo clima te será más humano y más sereno. Adcnde, por lo menos, cuando oprit1W nuestro cuerpo la tierra, dirá alguno "blanda le seú', al derranuwla encinw.

Fijáos: habla de que aqui en Sevilla la vida es más humana y más serena_ , y sin corte alguno, rela-

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.l OAQUilf ROM llJl O Y MUJlUB &

donándolo con una continuidad escalofriante, añade que la tierra, aquí, cuando nos entierren, nos será más blanda que en otro sitio. Continúa un hermoso desfile de imá gen es respal­ dadas siempre por la consideración de la muerte, hu­ ta llegar a una agudez de concepto, que seguramente debió conocer don Miguel Mañara, porque se repi­ ten con similitud de vocablo en el célebrediscurso del fundador ele la Caridad:

¡Será que de este sueñ-0 me r,C1Urdef ¡Ser6 que puedo verque tHe desvfo de la vida viviendo, 'Y que est6 unida la cauta muerte al simple vivirmfcf

1Atención, sevillanosI En ningún tratado de as­ cética, en ninguna oración sobrepostrimerla.s bwna­ nas, se ha expresado con más tern'ble se:odllu la 61- tima verdad del hombre: "que me desvío de la vida viviendo..." Porque vivir es muerte encada instante. Por eso resume y redobla el pensamiento en las si­ guientes estrofas, que tienen músicainterior de fune­ rales flautas :

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PRBQON DB

LA smMANA SANTA

¡Oh, si acabase, viendo c6mc,muro, de aprender- a morir ames que llegue aquel f oreoso término postrero, antes que aquesta mies inútil SÚ![111e de la severa muerte dura mano y a la ccJ.m'ún materia se la entregue!

¡ Aprender a morir 1 ¡Común materia! Y llegaala invocación más patética y sencilla:

¡Oh, muerte, ven callada, cOttW sueles venir en la saetcil

Y para terminar est-0s doscientos cinco versos, quizás los más hermosos y trascendentales de toda la literatura española, un final en el cual la eternidad y la muerte se reducen a valor humano, a eternidad hu­ manizada en el siguiente dechado de concepto y de ex­ presión:

V e,i y verás al alto fin que aspiro ante.11 que el tiempo muera en nuestros bra.tros.

¡ El tiempo, la muerte y nuestros brazos! ¿ Se ha dicho algo más simple, sublime y patético, de la vida, de nuestro cuerpo y de la muerte?

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J OAQUIN

ROll:ZB 0

Y

MURUB•

Y estapoesla, ¿es un canto a la muerte? No, todo lo contrario, y ahl su sevillanismo. Esta poesía es un programa de vida, y un programa de vida en el que no se perdonan los accidentes más insignificantes: el traje que se ha de vestir, la casa que se ha de habitar, la comida que debe llenar la necesidad del varón pru­ dente... Es una poesía escrita en medio de la calle y conociendo prófundaménlle a todos los vecinos. iQué diatriba contra los : hipócritas, contra los falsos vir­ tuosos!:

íNo quiera Dios que imite estos vorones que mcrati nuestras ¡,lasas,macilentos,

de la virtud in f ames histrioffU, esos inmundas trágicos, ale:,t,tos al aplasuo c omún ...

¡Qué sensación de realidad más inmediata! Co­ nocía a todos los simuladores de suépoca,como nos­ otros también conocemos a los de nuestros dias, por­ que, desgraciadamen.te, esta planta oo perece nunca! Pero, sobre este accidentalismo momentáneo y te­ rriblemente actual, la muerte:

;Oh, si acabasevin,do c6mo mwro de aprender a morir...

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Suprema creación artística popular sevillana: el "paso" de palio

Nadie sabe quién es el autor de este tratado de moral. Y quizás sea mejor así: es de toda Sevilla. Así es como piensan los sevillanos de verdad.

Pero sigamos nuestra encuesta: ¿Cuál es elpoeta más reprocsentativo de la escuela sevillana en el si- glo XVII? Para nosotros, Rioja. Enmarquemos su figura en el horizonte histórico en que le tocó vivir. España de Felipe IV. Es quizás el momento en que la vida española ha sido más alegre, más placentef¾ más inconsciente. Fiestas en la Pla1.a Mayor de Ma- drid, recubierta en su triple balconaje de damascos y tapices. Villamediana: "Son mis amores rea1es." Un sevillano que ha nacido en Roma por casualidad, don Gaspar de Guzmán, es el eje de aquel mundo terri­ blemente dramático. La crítica histórico-moderna co- mienza a hacer justicia al Cond�Duque de Olivares. E¡ra el más consciente de aquella situación. Trabaja- dor incansable: trabaja quince, veinte horas seguid.as, en sus despachos, en sus aposentos íntimos, en pala- cio, en el teatro, en eJcoche,en el campo. Recibe al dia centenare., de visitas. Preside el Consejo de Estado y todás las juntas y reuniones del Gobierno de la Na-

Rioja

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1OAQUIN ROM.RO Y M URUB �

ción. A pesar de este enorme esfuerzo, de esta titánica voluntad, él ve cómo el más g¡rande imperio del mun­ do se le va desmoronando entre las manos. Pero el rey se divierte. Las aventuras y los escándalos rondan cas . i los lugares sagrados. Ya no se ganan grandes ba­ tallas. Mejor dicho, sí; aún se están ganando batallas universales, pero sin pólvora y sin sangre. La gloria ya no abruma los pechos y las sienes. Son triunfos intelectuales... Las últimas grandes batallas contra el mundo las gana en este tiempo un sevillano que, de mozo, corría por la calle Trajano, PQr la Pla za del Duque, por los aldededores de la E.ncarnación, en nuestra Ciudad. Se llamaba Francisco de Velázquez, y sus grandes batallas... "Las meninas", "Las hilan­ deras", "Los borrachos", "Jesús muerto"... En este ambiente vive Rioja, favorecido por el Conde-Duque. Es un sevillano frío, eleg¡ante, esquivo, siempre enguantado, culto, un poco seco, hurailo, qui­ zás antipático... Pero observad que el tipo es muy se.villano. En aquel ambiente de placeres, de aventuras, de dinamismo y dramatismo excepcionales, ¿ cómo re­ acciona este - sevillano fino y frío, alejado de su tierra natal?... 1 Con la idea de la muerteI La muerte en la realidad más frágil y delicada, en las flores. Cuando este hombre de vida cortesana y palatina-el Conde-

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LA s•MAKA SANTA

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Duque llega a hacerlo bibliotecario del Rey-se apar­ ta del mundo ruidoso que le rodea, y se retira a la so­ ledad de su cuarto y de sus sentimientos, surge el sevillano fino-unos libros, wtas macetas y escribe sus composiciones a la rosa, al jazmín, al g¡eraoio, a la clavellina... y la muerte presidiendo siempre estos sentimientos:

"Ayer naciste y morirás mañana"

dirá al jazmín. Y a la rosa:

ta,i cerca, tan ,mida está alfff01V tu vida,

que dudo si en sus lágrimas la '"'"ora ffl1'Stia, t1' nacimiento o muerte llcro.

¡ La muerte! La muerte en el color, en la luz, en el aroma.

La última gran figura de la escuela literaria sevi­ llana, ya en el paso del siglo XVIII al XIX, es don Alberto Lista. Figura muy representativa. Sevillano

Usta

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de barrio, nació nada menos que en Triana, en la ca­ sita que hay junto a la iwesia de la O, en calle Casti• lla, y después de una vida bastante accidentada-Ma­ drid, Colegio de San Mateo, los franceses-viene a morir en su ciudad nativa, en la calle Doña María Coronel. Don Alberto Lista, más hacia el siglo XVIII que hacia el XIX, es el último enciclopedista literario. Un paso más y surgirá el conspirador, el revoluciona­ rio, es decir, el romanticismo. No olvidemos que el buen don Alberto corrige las primeras poesías de Es­ pronceda, las octavas del "Pelayo". Don Alberto es hombre eminente en Lenguas, en Historia, en Filo­ sofía, en Ciencias exactas. Llega a ser la personali­ dad intelectual más rica y fuerte de suépoca:. Y con todo este valioso bagaje, ¿ con qué pasa a la eterni­ dad? Pues por una poesia en que trata de la muerte: la Oda a la Muerte de Jesús. He aquí nuevamente cumplido nuestro aserto.

Y entremos en el Rom_anticismo, que es también un sevillano quien nos puede llevar a este ciclo con &cquer más gloria y derecho que ninguno. Bécquer, que ló­ gicamente debió guardar de nuestra ciudad el recuer-

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SZHANA SANTA

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do de los únicos años felices de su vida-sus corre­ rías por la Alameda del Duque, el cariño de aquella buena señora doña Rosario Bastida, que hace de &ngel tutelar suyo, las clases en San Telmo, éntonces Es­ cuela de Mareantes, sus paseos por el Alcázar, aoom­ pañando a su tío José, que decoraba por entonces las yeserías del Palacio de Don Pedro...-<:uando está en Madrid, cuando realiza su obra literaria, apenas re­ cuerda su ciudad. Cierto que hay dos leyendas de am­ biente sevillano: "La Venta de los Gatos" y "Maese Pérez el Organista". Pero es una Sevilla accidental, remota, legendaria. ¿ Sabéis cuando piensa y siente Sevilla? Cuando piensa en la muerte, cuando quiere que le entierRn. En los últimos meses de su vida, allá desde el Monasterio de Veruela, él escribe sus céle­ bres cartas. En la segunda hay una referencia directa y terminante a Sevilla. Quiere que cuando muera lo .entierren aquí. A la orilla del río, por donde él pasó tantas horas felices en su niñez.

Y para terminar este recorrido literario, llegue­ mos hasta nuestros días. Nuestra última gloria lite- raria, José María Izquierdo, am6 tanto la muerte, que Izquierdo

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en plena juventud, poco más de treinta añ . os, un día la miró cara a cara y se fué con ella como con una novia... Yo le acompañé en aquel paseo. Fué en una tarde de julio. Había un sol maravilloso por la Puer• ta de la Carne, por la calle Arrebolera., por la Maca­ rena...

Esta misma disériminaci6n · que hemos hecho en el campo de la literatura para probar cómo el sevilla­

La muerte no conoce y trata l a muerte, pudiéramos hacerla aho­ m las clases ra en el sector de las artes plásticas y en el de la u-- sociales cé . p . . . . . tJca. ero m yo qwero cansar westra atenoon, ru

voy a faltar a westra cultura de sevillanos hablando aquí de Valdés Leal o de dan MiguelM.añara. Sus nombres solos dicen bastante. Quiero, si, hacer re­ saltar una consideración. Llega este culto a la muerte, esta sabia di spo sición del sevillano, a tal finura, a tal altitud, que aquí en Sevilla hay un título que está por encima de todos los linajes, por encima de todas las jerarquías, por encima de todas las categorías y clases sociales: el mayor tít11lo del sevillano, el timbre de más pura nobleza es corresponder a la Hermandad de la Santa Caridad. ¿Y cuál es labase fundacional

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PR�GON DE LA SBKANA SANTA

de esta maravillosa, sevillanísima institución? Soco­ rrer a los pobres y enterrar a los muertos. Y de todos los muertos, principalmente los ahorcados, porque, co­ mo dice el Venerable Mafiara en las Reglas escritas de su pufio y letra, "esto de enterrar los ajusticiados es la mayor función y más obli ga ción de la Herman­ dad... " La mayoría de los que me escuchan no habrán visto nunca un ahorcado. Nosotros, sí. El ahorcado es el muerto más tcrnl>lemente muerto entre todos los muertos.. Bien. Hemosexaminado el problema en el cam­ po intelectual; pero el pueblo, la _gieneralidad llana y castiza, ¿ cómo siente la muerte? El sevillano no teme la muerte. Fijáos en nuestros viejos, en nuestros an­ cianitos. Esa especial manera de considerar la muerte genuina de la psiquis hispálica, es la que hace . que aquí los viejos sean distintos de los viejos de otr� partes. ¿No lo habéis observado? A los setenta años, a los ochenta afios, se ve tan cerca el momento defuúti­ vo, que se pierde ya e1 sentido inmediato de .la vida, se vive ya un poco en la otra. Y surgen esos viejos de otras regiones espafiolas, graves, silenciosos, em-

La muerte en el área pop-alar

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penumbrados. Hablan para reiíir o para filoso.far. Los viejos sevillanos no son así. No tienen miedo ni les impresiona la muerte. Conservan el sentido de la jo­ vialidad, de la sana alegria, que es la mayor expresión vital que puede dar el ser humano ... Yo he sido muy aficionado a la:s tertulias de vi� jas. ¡_Aprende · uno tanto 1 · Recuerdo una tertulia de vi� jas que se retinia, en cierto tiempo, en la Puerta de San Mi gu el, de nuestra Catedral, y a una hora absur­ da: a las seis de la mañana. Aquellas buenas viejecitas sostenían la teoría de que la única Misa que aprovecha­ ba espiritualmente era la del alba, la primera, antes de amanecer... Las demás ya no tenian i gu al fuerza sacramental y teológica. Y muchas veces llegaban al templo antes de que estuviera abierta la puerta. ¡Qué trajes 1 ¡ Qué velitos de ternura sobre el aironcillo mo,, desto de las peinas: peineta baja, pero peineta, "y no el velo a pelo liso, como una criada", según solía decir una de .las · concurrentes: Sí, los trajes eran lieliclosos. Casacas muy pasadas de moda, que tuvieron su época de esplendor, su regJJlaridad de corte, allá cuando la bodá deDooAlfonso XIII. Losadornos de pieles muy raídas, casi en los pellejos. El astracán de los paños un poco verdoso. Cuando se congregaban ante la puer­ ta de la Catedral, muy pegaditas a los muros del tern-

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Un "paso" en una calle

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plQ para ampararse del vientecillo frio de la amane­ cida, parecía que estaba uno viendo un "Blanco y Ne­ gro" del año cinco, con sus hojas amarillentas, y los -etratos de todas las abuelitas del mundo. Y como algunos días tardasen un poco en abrir la ouena, alguna de las viejecitas exclamaba con una in­ tención irónica: -Hoy se le han pegado las sábanas a don Ful­ gencio... Y otra viejecita, desde el pilar vecino, continuaba la línea graciosa, intencionada, del diálogo: -A lo mejor es que hoy le toca afeitarse. Es tan recio de barba el pobrecito... ¿Veis? El sentido de la alegría; la más sana ex­ presión vital humana. Recuerdo otra viejecita ami� mla, la seliá Fras­ <111ita. Era la mujer del sacristán de la Capilla de San Hermenegildo, frente a los Capuchinos. Su marido, el �ñor Manuel, muy aficionado a los gallos ingleses, y ella a las flores. Conseguía todos los años las mejores varas de miramelindos de Sevilla. Cierta tarde llegu� yo allí para ver sus macetas. Era una tarde de verano� esas tardes de estío sevillano en que hay en el cielo una luminosidad dormida, transparente, y en que a las sie­ te de la tarde aún sabemos que ha de permanecer aque-

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l1a luz durante varias horas. Entré en el huerto cou­ tiguo a la capilla y paredaño con la muralla de la Ma­ carena. La señá Frasquita no me hizo mayor caso. Es­ taba sentada en una silla baja de eneas, muy peinada, con sus gafas de metal, rosiendo un dobladillo a un blanquísimo pai\uelo. El señor Manuel contemplaba · voluptuosamente los andares de sus gallos ingleses. Yo me fui hacia las macetas de miramelindos. Y sorpren­ dí el siguiente diálogp: -Oye, Manuel: ¿hoy, qu� día es?-preguntó do­ fia Frasquita. Y Manuel, que o no sabia el día en que vivía, o no tenia ganas de responder, envolvió la contestación en ese aire pseudofilosófico con que muchas veces los sevillanos encubren su pereza o su ignorancia. -¿Que qué día es hoy... Pues hoy es un dia. Y doña Frasquita, volviéndose rápida y deján­ dose caer las gafas de aluminio sobre la punta de la nariz, replicó con gesto muy fingido: -Usted perdone, don Mariano del Castillo... ¿Veis el sentido de la jovialidad, de la sana ale­ gría? Aqui en Sevilla no se teme la muerte. Estas an­ cianitas parece que un día van, sencillamente, a abrir el picaporte de una puerta y se van a meter enla Eter-

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LA SEMANA SANTA

nidad, con su sonrisa, con su pañuelo blanco, con sus canas muy bien peinadas y hasta con una flor sobre el pelo...

¿ Y de dónde nace este sentido cristianlsimo, as­ cético, sin violencia, de la muerte!· .. Aquí queríamos llegar: de la Semana Santa. La Semana Santa, diji- La Semaaa mos, es el problema de Dios, el problema de la muer- Santa

te. Porque los sevillanos hacen su Semana Santa como la hacen y practican, es por lo que tienen este sentido dulce, amable y confidencial de la muerte. La Sema• na Santa del auténtico sevillano, que no son los siete dias de la Semana Mayor, sino que dura todo el año. Esto es lo que ig¡noran los de fuera. Que el sevillano de verdad, el cofrade de corazón, vive en clima de Se- mana Santa todo el año: en agosto, en octubre, en enero. Todo el año, toda la vida. Luego vienen los días de la Semana Mayor. Esto es ya al go más que Semana Santa. Es que sólo a un pueblo en el mundo-al sevi- llano-le está concedido el gozar del cielo durante sie- te días de cada año, antes de morirse. Y por eso los que han visto la Semana Santa de Sevilla muchas ve- ces, aunque no sean de aquí, pierden también un poco

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el miedo a la muerte. Porque ya han visto a Dios con sus ojos...

Decíamos al comenzar que la Semana Santa era la resolución del problema religioso del sevillano: su

Jastirtt:«WD problema de Dios y de la muerte, que, como hemos de aaestra visto anteriormente, este pueblo sabe sentir como ¡»­ Semana cos pueblos en el mundo. Un Mañara, un Valdés, un Santa Ri . • la oJa, tratara muerte como un asceta, como un

poeta o como un pintor . Pero Juan Sevillano, que a lo mejor no sabe leer ni escribir, se plantea el proble­ ma de Dios y de Sil muerte, y tiene que tender un cable entre su vida wlgar y diaria y la eternidad, y, resol• viéndolo a su manera, crea el modo sevillano de reli­ giosidad popular... ¡ Crea la Semana Santa! Y de este nacimiento genuinamente popular, la infinita riqueza de matices que atesora nuestra fiesta. El eséuttor pas• mará al mundo con la expresión de sus gubias; el he­ rrero, con sus forjas; el tapicero, con sus inallas; el bordador, con sus mantos; el repujador, con sus tro­ queles; el "capiJlita", con la organización íntima y medular de la cofradía; el capataz, moviendo en el es­ pacio aquel conjunto de riqueza, aquel portento de

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PREGON DE LA 8EKANA SANTA

proporciones; y hasta el que no sabe hacer nada con sus manos ni con su inteligencia, en el rincón de una plaza, en la esquina de una calle, en el dintel de una ta­ berna, cantará a su Dios o a su Virgen una copla an· daluza... y creará nada menos que la "saeta"

Hicimos un examen, en la primera parte de este discurso, de las características vitales del sevillano, y

señalábamos, entre otras, aquel ajuste perfecto entre La maestrfa el sujeto y la objetividad que le rodeaba. Y como de Y la Sema1111 esta relación feliz entre la persona y el pequeño mun- Santa

do en que opera su vida, _ surgía la maestría de sus actos. Aqu�ecíamo�todo el mundo es maestro. Rien: llevada esta característica de magisterio a la Se- mana Santa, nos produce ese academicismo perfecto, esa sabiduría "jonda"-porque aqui hay una sa- biduría "jonda", como existe un cante "jondo"-, que hace que el cofrade sevillano haya llegado a crea- ciones artísticas, únicas e insuperables. ¿Hay algo, estéticamente, mis perfecto que un paso de palio de nuestra Semana Santa? Esto no lo ha dibujado Muri- llo, ni Valdés, ni Martínez Montañés; esto ha surgido de las entrañas del pueblo, de su sabiduría "jonda", de

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su maestría. Un paso de palio deVirgen ocupa un vo­ lumen en el espacio, tan perfectamente ajustado en sus proporciones a unas reglas y a unas medidas clá­ sicas, que para el cofrade de verdad, y para todos los sevillanos, aquello tiene su canon inmutable, como lo tienen las Pirámides de Egipto, el Partenon o cual­ quier otro edificio clásico. Es una proporción miste­ riosa, que teniendo su canon inmutable, nos permite al mismo tiempo una variedad extraordinaria de expre­ sión y matices. Y puede surgir el paso de palio cuaja­ do en oro de la Vir� del Refugio, de San Bernardo; el conjunto morado del Mayor Dolor y Traspaso; la explosión matinal y huertana de la Macarena; el blan­ co prodigio transparente de Montesi6n, o hasta esa se­ veridad arqueológica y mayestática de los castillos y leones de Monserrat. Y esta maestría, esta depuración del gusto popular cofradiero _ sevillano es tan autén­ tica, tan unánime, que cuando un sevillano ve, en una tarjeta postal o en una revista, los pasos de palio de las Semanas Santas de otras ciudades, cuando ve esos mantos, largos y resubidos, como colas de pavo real o palomos coliteja con lluvia sobre sus plumas... no d.ice nada, porque el "capillita" sevillano suele ser prudente; pero en su interior siente una pena enorme

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PRBGON DE LA SEMANA SANTA

hacia esas Vírgenes vestidas con tantísimo "malan­ ge"...

Uno de los más claros ingenios de las actuales le­ tras sevillanas, Manuel Sánchez del Arco, en su feli- císimo libro sobre Sevilla "Cruz de Guía", sienta la LaSem111111 teoría acertada de que toda la manifestación histórica Sa11t11 y vital de la ciudad se produce, gira y expli ca por la eD lafami?ia

Semana Santa. Cierto. El sevillano mete la Semana Santa en su vida, y así es como surge la Cofradía. La Cofradía, que tiene la diversidad de matices humanos que pueden surgir de toda congregación de hombres, pero que se eleva y purifica en el misterio religioso que los une y agrupa. No quiero hablar aquí de todo lo que el tema "Cofradía" pueda dar de sí, desde lo su- blime basta lo anecdótico. Pero sí destacaré algo que siempre me ha llamado la atención: la con6anza res- petuosa del cofrade con su Dios y con su Virgen. El sevillano, que ha metido, por medio de la Cofradía, :'1 Dios en su vida más vulgar y cotidiana, que lo lleva en la cartera, y lo tiene en la tienda del barrio, y en el zaguán del hotel, y en la esquina de la calle, tiene hacia la divinidad un respeto matizado por una subli-

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me famiüaridad que sólo puede nacer a través de la Cofradía. Como mejor se observa esto es en esa visita ca­ si diaria que el cofrade hace a su Vi rg en o a su Cris­ to. Estamos en la sala de la Hermandad. Allí se ha­ bla de todo. Cada cual tiene su vida y sus problemas. A veces se discute, se cuestiona, se rle, se grita. Inespe� radamente ha desaparecido de la sala u · n hermano. Ha entrado en la iglesia, casi a · oscuras. Ha llegado a la capilla de su Virgen. Hay una lamparitá humilde, tré­ mula, constantemente ardieri

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Toda la ciudad es templo

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Salve tiene tres partes: en la primera se le echan a la Virgen muchos piropos: vida, dulzura, esperanza nuestra. En la tercera se le piden muchas cosas. Y, en medio, uniendo los piropos cou las peticiones, una in­ terjección infantil, una conjunción de niño chico: "ea, pues, Señora", como diciendo cariñosa y flamenca­ mente: "qué va a pasar a.qui?..."

¿ Y la Cofradía en la casa? Decía el Venerable Mañara en su célebre , .. Discurso": "Si tuviéramos siempre delante la verdad, ésta es, no hay otra, la La �aaa mortaja que hemosde llevar, viéndola todos los dias.•." Saata Por mediación de la Cofradia, este duro deseo del fun- ea el bos¡u

dador de la Caridad, se realiza g,,ozosarnente en casi todos los bogares sevillanos. ¡Latúnica de nazareno! Hay un cajón-! de abajo-de una cómoda; hay un envoltorio encima del ropero... Y próxima ya la Semana Santa, diálogos de este tenor: El marido a la mujer: "este año habrá que alar­ garle la túnica al niño... Ha crecido." Y la mujer ar marido: "sl, tiene mucho metido." Y luego, a poco, hay un día en que la madre em­ pieza a �scoser las jaretas de la túnica del hijo. Y

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éste rebosa ele al eg ría e impaciencia por probarse la pttnda ya arreglada. Y la madre, con la aguja en la mano, tiene un momento en que se queda suspensa, como se quedan muchas veces las madres mirando a sus hijos. Tiene la túnica de nazareno entre sus ma­ nos, mira a su hijo y piensa en Dios..• Y siente el es­ calofrío de la muerte. Pero una muerte duloe y que­ rida. Una muerte de lágrimas y bendiciones.•• Y sigue cosiendo jubilosa, aunque llorando...

La teoria de Sánche2. del Arco, relacionando sus­ tancialmente a Sevilla con la Semana Santa, es tan La �mana exacta, que esta relación no es sólo espiritual y pro- S1111t11 funda, sino cortical y externa. El as�to exterior de ea la ciudad las procesiones se amolda a la morfologí a y estructura

de la calle sevillana, de tal manera, que la altura de las casas, el juegp de rejas y balcones, el color de las fachadas, herrajes floridos y demás ponnenores tí­ picos de la construcción sevillana, parecen hechos pa­ ra decorar el paso de Dios y de la Virgen por las ca­ lles de la ciudad. En esto, desgraciadamente, vamos perdiendo: Sevilla cada vez es menos Sevilla. Yo re­ cuerdo algo que explica perfectamente lo que quiero

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decir. En esos itinerarios que cada sevillano se hace para ir viendo la Semana Santa desde el lugar de la ciudad que más le interesa, yo tenia la costumbre, ya imposible de realizar por desgracia, de ver salir el Do­ mingo de Ramos la primera, a las tres de la tarde, de la iglesia de San Julián: la Hiniesta. ¡Qué maravilla de salida perdida para siempre por la estultez y sal­ vajismo de la época republicana! Después de ver la Hiniesta en la plaza de pueblo grande de su barrio, ba­ jaba hacia la Europa, y allí esperaba el paso de la Ce­ na, que vema de Omnium Sanctorum, por la calle Co­ rreduría. A eso de las cinco de la tarde, la Europa, con sus casas bajas, sus tabernas rebosantes, sus fa­ chadas encaladas o, algunas, pintadas de verde, los balcones llenos de macetas floridas, tenía una luz y una transparencia maravillosas. Había un enormemur­ mullo de muchedumbre; pero en aquel aire transpa­ rente no era ruido horrísono y confuso, sino que todo se oía claro y distinto: el pregón de la vendeja, el pito del niño, el hombre de los globos, el de losbastones, la risa de los soldados con las mozas, la voz de los cama­ reros atendiendo a veinte sitios distintos al mismo tiempo... Y como fondo de este retazo de m6sicapo­ pular, un redoble de cornetas y tambores que se acer­ caban, · lentamente, con la procesión. Y el paso de la

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