ESPECIAL CARNAVAL LA VOZ 2020

S U P L E M E N T O E S P E C I A L D O M I N G O 2 3 . 0 2 . 2 0 2 0

38 CARNAVAL 2020

N os hicieron creer que lasmuje- res fuimos expulsadas del Pa- raíso. Que nos apartaron, a pe- sar de habermordido lamisma manzana, a pesar de haber bebido elmis- mo veneno, y que nos condenaron a los trabajosmás penosos, a nomirar a los ojos de los dioses, a caminar dos pasos por detrás de último de los elegidos, y a no pronunciar el nombre del Carnaval en vano. Nos convencieron y nos obliga- ron a aceptar que encontraríamos siem- pre la puerta cerrada y que nunca sabría- mos lo que pasaba al final del arcoíris, porque no había sitio para nosotras en la fiesta de la libertad. Pero eramentira. Nosotras estuvimos siempre. No de la mismamanera, es cierto, pero con las mismas ganas. No teníamos nombre, ni teníamos voz, porque éramos la novia, la hermana, la esposa, lamadre, la abuela y la hija; la rosita temprana, la que estaba bonita hasta cuando el levante la despei- naba, la que tuvo por oficio amar sin condiciones, la que guardó el secreto del primer cigarro aquel, la que sentaíta en gallinero con las carnes de gallina estaba loquita por escuchar las coplas. Pero también fuimos la de la fuerza infinita, la dama golfa y valiente, la de la sonrisa eterna, despeinada como la tierra, la que acunaba cantando pasodobles de pena, la compañera, la que agiganta su vientre, la que se despierta con el reloj de la vida, MaríaMalabares, la paridora de carnava- leros, y la que, al conjuro del puchero, sabemejor que nadie que esta sociedad la hizo el hombre para el hombre. Fui- mos, con permiso, buenas tardes, las pri- meras en denunciar losmalos tratos y la violenciamachista, y las primeras en de- mostrar que no éramos solo una costilla. Las transmisoras de las coplas, porque ellos las escribían y las cantaban, sí, pero éramos nosotras las únicas que guardá- bamos lasmejores y las íbamos pasando de generación en generación como un secreto, como un tesoro, amamantando a los hijos conun compás añejo y nuevo cada año. Fuimos también, para qué negarlo, la vecina buenorra, la de las cachas bien puestas, la parienta protestona, la que le abría la puerta al cristalero, las «salidas extraordinarias», la nuera puerca, la que siempre huele a bajamar –por ser suti- les–, la cuñada beata, la suegra insopor- table, y lameona. Incluso fuimos todo a la vez, porque las dos caras están presen- tes en la falsamoneda del carnaval. Un carnaval de coplas en el que si- guen conviviendo pasodobles reivindi- cativos que hablan de igualdad y de fe- minismos, con cuplés de pelo y de dudo- so gusto. Porque, aunque nos cueste re- conocerlo, el Carnaval, sobre todo el «oficial», sigue siendo unmundo de hombres, con estructurasmas-

Afortunadamente, ni en infantiles ni en juveniles se oyen ya los apellidos ‘mixto’ ni ‘femenino’, y niños y niñas, ymucha- chos ymuchachas, parece que han lo- grado un carnaval sin calificativos, sin apellidos. Yhan demostrado que lo que aún parece un imposible en la vida nor- mal, se desarrolla con total normalidad en las tablas del teatro. Aveces lo extraordinario sucede en los lugares y las cosasmás simples. Cuando vemos a las agrupaciones de la cantera, donde resulta, incluso, difícil distinguir a los niños de las niñas porque todos cantan, se comportan, visten y se mueven de lamismamanera, pensamos que es ahí donde está la esperanza de un mundomás igualitario, más justo yme- jor repartido. Pero también sabemos que el que hizo la ley, hizo la trampa, y aun- que tengamos nuestras expectativas puestas en la evolución de la cantera, sa- bemos que lo extraordinario duramuy poco, y que pocas serán las chicas que lleguen a la categoría de adultos. Que lo que ahora nos parece un ejemplo de nor- malidad, será otra vez una especie rara cuando pasen la frontera ‘permitida’. Otra vez seremos la novia, la hermana, lamadre, la hija… Nos hicieron creer que lasmujeres

TRIBUNA YOLANDA VALLEJO DONDE OCURRE LO EXTRAORDINARIO

Nosotras estuvimos siempre. No de la misma manera, es cierto, pero con las mismas ganas

culinas que, a veces, se disfrazan de im- postadamodernidad para arañar puntos enun concurso y para cumplir con los preceptos de lo políticamente correcto. Tras el aplauso, nada; omejor dicho, lo de siempre. Nos dijeron que en el Carnaval podía- mos ser costureras –cuántas puntadas se habrán dado sin elmásmínimo recono- cimiento– planchadoras, maquilladoras, locutoras, cronistas, cocineras, adornos enun tornavoz, y pocomás. Cuando in- tentábamos otra cosa, siempre nosmira- ban con condescendencia o directamen- te se nos reprochaban que lo hacíamos mal; gritábamos en las comparsas, nos amarimachábamos en las chirigotas, deslucíamos en los coros, y es que, la so- lución siempre pasaba por volver a casa…porque nuestro sitio solo estaba escrito en las coplas, en el lugar que se- gún ellos nos correspondía. Nos hicieron creer que lasmujeres fuimos expulsadas del Paraíso. O fuimos nosotras, las que les hicimos creer que nos sentíamosmás cómodas al este del Edén. Pero eramentira. Podríamos ha- blar de ‘Las PetitsCriollas’, lamurga fe- minista de 1914, o de ‘Las trovadorasmo- dernistas’ (conjunto coral de señoritas) de 1928; podríamos recordar ‘El Showde Wald (Las sirenas gaditanas)’ de 1969, re- señadas todas ellas como ‘rara avis’ en unCarnaval de hombres. Pero no hay que irse tan lejos, hace cuarenta años del coro ‘mixto’ –como si fuera un sánd- wich–, y de ‘Lasmolondritas’ trece des- de el primer cuarteto femenino –que in- cluso llegó a semifinales– diez años des- de que unamujer fue por primera –y de momento– última vez presidenta del ju-

en las agrupaciones carnavalescas, al menos en las que viven a la sombra de la oficialidad. La calle es otra cosa. La calle siempre fue otra cosa, pero ahí no está la lucha. La lucha está en conquistar esos espacios que, hasta ahora, tenían reser- vado el derecho de admisión. El camino se demuestra andando, cla- ro, y siempre empieza con el primer paso, y aunque hacemucho que dimos ese primer paso, queda tanto trecho por recorrer que estamosmás cerca del dicho que del hecho. La presencia femenina en las agrupaciones produce, cada año, menos asombro –y eso que se siguen anunciando como ‘coro femenino’ o ‘comparsa femenina’ y nunca he escu- chado decir ‘coromasculino’ o ‘chirigota masculina’ por llevar el ejemplo al lí- mite–, pero aún estamosmuy lejos de tener peso específico en el con- curso. ¿Cuántas autoras?, ¿cuántas directoras?, ¿cuántasmúsicas?... lamentablemente, seguimos siendo la voz de su amo. Sin embargo, mirando

fuimos expulsadas del Pa- raíso. Es elmomento de demostrar que no nos lo creímos. Y que lo extraordinario ha llegado para quedarse.

hacia la cantera, parece que estamosmuy cerca de esa ansiada igualdad. Losmás pequeños y los más jóvenes nos de-

muestran con su ‘normalidad’ que es posible la con- vivencia y es posible la normaliza-

ción den- tro de las agrupa- ciones.

rado del concurso, y aún nos parece extraordina- ria –y digna de reseñar– la presencia demujeres

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