ESPECIAL PASIÓN EN CÓRDOBA 2020

U na sola fotografía, luego tan reproducida que hasta se reconstruyó en la calle a los 75 años, dejó constancia de lo que pasó aquella noche del 24 febrero de 1940. En ella se ve a una ima- gen de la Virgen Dolorosa vestida totalmente de blan- co, con una sencilla diadema, sin los tocados de joyas que se llevarían por aquellos años ni mucho menos bor- dados. Con algo de cera y un grupo de personas alrede- dor. Se había bendecido en San Andrés el 8 de septiem- bre anterior, pero llegaba desde San Lorenzo. En la foto la Virgen está al pie de los Cristo de los Faroles y escol- tada por dos ciriales. Entre quienes la rodean hay acó- litos y monaguillos, hermanos de paisano y un sacer- dote, Fray Juan Evangelista de Utrera, que sería inme- diatamente el consiliario de la cofradía. Aquella imagen tenía ya la advocación de María San- tísima de la Paz y Esperanza y era titular de una joven corporación que había nacido en aquellos años en que las hermandades brotaban con un el vigor de las plan- tas en tierra fértil. En 1936 Córdoba tenía nueve cofra- días que no habían podido salir con regularidad en aque- lla década. Sólo hasta 1940 ya habían nacido siete más y se sumarían otras cuatro en el lustro siguiente. La Paz, una palabra que en aquellos años hablaba más de las brasas calientes de una guerra que acababa de termi- nar que de la auténtica convivencia, había sido una de ellas. La Misericordia, la Caridad y la Pasión se habían fundado en torno a imágenes antiguas con veneración anterior; el Descendimiento renacía con nuevos titula- res de las cenizas de una cofradía desaparecida poco antes y la Esperanza, como la Paz, se crearía casi des- de cero. Cuando vea la luz esta revista se habrán cum- plido ochenta años exactos desde aquella fotografía de la Virgen de la Paz llegando a su nueva casa de Capu- chinos y en ese tiempo esa imagen se ha convertido en una de las más populares y veneradas de Córdoba, has- ta el punto de que el 11 de octubre recibirá el honor de la Coronación Pontificia y su cofradía es ahora la que más hermanos nazarenos saca a la calle. El camino por el que una hermandad crece hasta ser un puntal de la Semana Santa y su imagen una de las grandes devociones, aunque no cuente su veneración por siglos, nunca obedece a un solo motivo, pero sí que puede relatarse en torno a dos bases: la personalidad de la Virgen de la Paz, que en las décadas siguientes en- cendió la llama de la devoción en muchos corazones, y por otro lado la actividad de quienes trabajaron a su al- rededor, que forjaron una personalidad distinta a las demás, y que llegó a ser pionera en ciertos sentidos en

la Semana Santa de Córdoba. Casi todos ellos tienen más de una etapa en la vida de la cofradía. Ambos aspectos nacen a la vez y después se bifurcan, y brotan de la personalidad de Juan Martínez Cerrillo (1910-1989). Fue mucho más que el autor de aquella ima- gen y de otras muchas en la inmediata posguerra de Córdoba; también vistió a las Vírgenes que él mismo realizó, diseñó bordados y los llevó a cabo, configuró misterios que en aquella época eran una novedad ab- soluta y talló los pasos sobre los que se mostraban. La Virgen de la Paz no fue su primera obra, pero sí aque- lla que le consagró como imaginero. Pudo haber sido titular de la Misericordia con aquella misma advoca- ción, ya que Francisco Melguizo quería que ese fuese el nombre de la imagen que iría tras el Crucificado, pero no hubo acuerdo entre esas dos personalidades funda- mentales del renacimiento de la Semana Santa cordo- besa. En 1939, aquella imagen que mostraba a la Virgen con semblante dulce y aniñada terminó en manos de otra muy joven cofradía. La habían fundado jóvenes vin- culados a Acción Católica y ex combatientes de la Gue- rra Civil en la ermita de San Juan de Letrán, en torno a la imagen del Señor de las Penitas que ahora está en San Lorenzo, y que se correspondía con la iconografía que tradicionalmente se ha llamado de la Humildad y Paciencia. Su primera opción era llamarla Esperanza, aunque al final se fundieron las dos advocaciones y ter- minó por prevalecer la de la Paz. En el nombre popular y en el color identificativo. La hermandad nació con los medios tan limitados como cualquiera en aquel momento de muchas priva- ciones materiales y con la guerra tan reciente. Se ben- dijo en San Andrés, pero salió pronto de allí, recaló de nuevo en San Lorenzo y llegó al Santo Ángel, donde se fundió con el carácter de la orden capuchina y se em- papó de la personalidad de algunos de los frailes, como se vería en varios momentos. Aquel año fue su primer besamanos en Viernes de Dolores, el día en que tantos cordobeses acudían a pocos metros a venerar a la Se- ñora, y su primera estación de penitencia el Domingo de Ramos. Desde el principio llevaron ya los nazarenos el cíngulo franciscano, por sugerencia de Fray Juan Evan- gelista de Utrera. Para los cordobeses de la época, la Paz era una novedad en primer lugar por el color. El mo- rado y el negro eran las tonalidades casi exclusivas de la Semana Santa en aquellos años. Negras eran las tú- nicas de los nazarenos de los Dolores y las Angustias y negros los mantos de estas dos imágenes, de la Soledad de San Cayetano, de la Nazarena, que salía con el Cal- vario, y de la Virgen del Silencio de la Expiración. Mo- radas eran las túnicas del Caído y del Calvario. En 1937 la Misericordia había sorprendido con sus nazarenos blancos y la Paz siguió ese camino, pero también vistió a la virgen de blanco inmaculado, primero sólo en la saya y el tocado y más tarde también en el manto. Aquella cofradía era todavía muy humilde, con ense- res de poco valor que había diseñado Juan Martínez Ce-

Juan Martínez Cerrillo configuró la primera estética de la Virgen y Fray Ricardo de Córdoba le dio el aspecto que se hizo popular desde la década de 1970

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PASIÓN EN CÓRDOBA

LOS GRANOS DE ARENA QUE SE HACEN DE ORO

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