ESPECIAL PASIÓN EN CÓRDOBA 2022

«La técnica la aprendí en la Semana Santa de Sevilla y el cariño en Córdoba, de Rafael Muñoz. La técnica es fundamental, pero el cariño es el cariño» «Íbamos con 25 o 30. Vamos a salir y veremos si entramos, decíamos. Se pasaba muy mal. Una vez, nada más salir, los costaleros me dijeron que no podían»

un capataz que en los años siguientes tomó el martillo de 17 pasos de Córdoba entre penitencia y gloria. El Señor de los Reyes de la Vera-Cruz, las Lágrimas con su amigo Lorenzo de Juan, la Merced algún año de la Madrugada, la Estrella en su traslado a la Huerta de la Reina, el Rosa- rio, el Sepulcro, el Socorro, la Cabeza, la Fuensanta. Ha- bla con emoción de cómo la impresiona la Virgen de las Angustias y cuenta que pilotó la implantación de los cos- taleros y la retirada de las ruedas, en 1981. Javier Romero desgrana recuerdos junto a San Nico- lás, pero en la conversación sobrevuela siempre el recuer- do de Santiago. La memoria lo imagina al frente del paso del Cristo de las Penas, al que dio un andar para muchos exquisito, inigualable. Empezó en 1982, «con ‘nenes’ de 14 años», algo que no raro en esa época. ¿Y qué sucedió allí para surgiera algo tan especial, mítico? Él se había fi- jado en el Cristo de la Fundación de los Negritos y en el de la Buena Muerte de la Hiniesta, que llevaba música. «¿Qué hacemos?», se preguntó. «Música y algo de andar, pero sin perder el estilo, sin pararse nunca. Cuando he llegado a una cofradía he intentado poner siempre lo que he visto o creído conveniente que pegara a la hermandad. En Las Angustias, sin tonterías, de largo, y Vera Cruz lo mismo, y la Merced lomismo. La hermandad te pide algo, y le dices que vamos a intentar dar su sello, su persona- lidad. Todos los pasos no son iguales, ni tienen que andar igual, ni pararse igual, cada uno tiene su sentido de co- fradía. He intentado siempre darle siempre el sello que la hermandadme ha pedido y he creído conveniente apor- tar», explica el capataz. De ahí surgió ese estilo «elegante», dice, «a veces con una paradita muy pequeña, pero conmucho reposo y sin ninguna mecida». Muchos lo recuerdan, en Agustín Mo- reno o en la Espartería, de espaldas al paso, como tran- quilo de que todo iba bien sin necesidad de que él se vol- viese. Lo que dice primero se podía traslucir de su gesto confiado: «Un capataz sólo con escuchar la me- cida y lo que tocan puede mandar perfectamen- te. Si te fías de tu gente, te puedes dar la vuelta con toda tranquilidad. Por fuera, porque por den- tro tienes tu pellizco». Lo que el capataz se guarda no se ve desde la acera, y menos cuando en ese momento el paso anda como si para los costaleros fuese Domingo de Ramos todos los días. El capataz sufre. Hasta la cuarta o quinta chicotá, va «muy asustado», pen- sando en lo que va arriba y en lo que va abajo. Si pasa algo, la imagen más o menos puede restau- rarse, pero ¿y si se lastima alguno de los costale- ros, si sufre una lesión? «He sido un capataz muy amigo de mi gente, de mis hombres. Si sufre al- guien, que sufra el que está delante, aunque no lo noten. Si se lastima alguien, el responsable soy yo».

Javier Romero, con los titulares de la Sentencia. Debajo, de niño, con la túnica del Nazareno de Carmona, y en 2008, con el martillo del Cristo de las Penas

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ABC

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JAVIER ROMERO: «SI SUFRE ALGUIEN, QUE SUFRA EL QUE VA DELANTE»

PASIÓN EN CÓRDOBA

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