ESPECIAL PASIÓN EN CÓRDOBA 2022

La memoria quieta

EL LIBRO ‘DE BLANCO Y NEGRO A MALVA Y ORO’ CONDENSA LAS IMÁGENES MÁS RELEVANTES DEL BANCO GRÁFICO DE LA COFRADÍA DE LA MISERICORDIA Y SIRVE DE HILO CONDUCTOR PARA SEGUIR LA EVOLUCIÓN SOCIAL Y ESTÉTICA DE LA CELEBRACIÓN DESDE 1937 HASTA NUESTROS DÍAS

POR ÁLVARO R. DEL MORAL

L A dimensión del archivo fotográfico de la herman- dad de la Misericordia, algunas personas provi- denciales, el azar y, sobre todo, el celo impagable del cronista-archivero de la corporación del Miér- coles Santo han permitido poner en pie el libro ‘De blan- co y negro a malva y oro’ escrito por dicho cronista, An- tonio Varo Pineda, en colaboración con el autor de estas líneas. Los autores han —hemos— logrado levantar una crónica visual y literaria que arranca a finales de los años 30 y concluye en 2000, fecha de la fusión de la clásica co- fradía de nazarenos del Miércoles Santo con la antiquí- sima Sacramental de los Santos Mártires de la parroquia de San Pedro, la única superviviente de la ciudad. Pero la sucesión de imágenes, posiblemente sin preten- derlo, se erige en una memoria costumbrista de los tiem- pos que se fueron; de los hombres y mujeres que pulula- ron en torno a la hermandad y la propia celebración ca- llejera; del esplendor áulico de la vieja liturgia, de lo que estuvo y ya no está… Pero hay más: los dos centenares lar- gos de páginas y la apretada selección de fotografías cons- tituyen un auténtico libro de familia reforzando la idea de una Semana Santa que, más allá de su dimensión religio- sa, funciona como la transmisión de un legado, como cri- sol de costumbres, meta de afectos, cadena de emociones… La Semana Santa no deja de ser notaria de la ciudad que fue; también de la que nunca llegó a ser; de sus gen- tes y sus modos; de la atmósfera que rodeaba una cele- bración que fue tan distinta pero en esencia sigue siendo la misma… La hermandad de la Misericordia hace buena la antigua sentencia de ‘El Gatopardo’: a veces hay que cambiarlo todo para que todo siga igual. Permanece un halo, un aura, un hilo que trasciende al paso del tiempo. Los nazarenos blancos de la Misericordia, 85 años des- pués de pisar las calles por primera vez, siguen siendo los mismos; desprenden una esencia que no se ha doblega-

do con el tiempo. Ése es uno de los secretos de una Sema- na Santa que, siendo un cuerpo vivo, también es prome- sa de fidelidades. Todo comenzó en 1937, en el inicio de la resurrección cofradiera de una ciudad que, desde la zona nacional, con- templaba a distancia los vaivenes de la contienda civil. En el Domingo de Ramos de aquel año se fecha la imagen más antigua de un acto corporativo de la hermandad. Fue el besapié, más o menos improvisado y organizado en San Pedro, que acompañó la función preparatoria de la pri- mera estación de penitencia de una cofradía que ni si- quiera contaba con reglas aprobadas. La imagen, prepa- rada para el fotógrafo, destila un aire costumbrista; es una auténtica estampa regionalista en la indumentaria y hasta en las expresiones. Los hermanos aparecen ves- tidos de nazarenos. Era una costumbre extendida en aque- llos tiempos. El antiguo Señor del Sagrario de la Magda- lena, con su nueva advocación de la Misericordia, había sido restaurado levemente para ser izado en el viejo paso a ruedas del Corazón de Jesús de San Hipólito. Pero no existen imágenes de aquella salida pionera. Dos años des- pués llegaría la trascendental —y traumática— interven- ción que modificaría para siempre los rasgos arcaizan- tes de aquel crucificado que Francisco Melguizo había encontrado hace casi un siglo, alumbrado de un simple pabilo, en aquella olvidada capillita sacramental de es- pejos y yeserías azules de la que no queda ni rastro. Pasaron sólo unos meses antes de contemplar de nue- vo al Cristo de la Misericordia, expuesto a la devoción de sus hermanos, fieles y devotos en la nave central de la iglesia de la Magdalena, delante de un inmenso dosel de falso armiño. El templo aparece íntegro en su colección

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