Pasion en Sevilla 148 Marzo 2024

Eternidad

POR EDUARDO BARBA

T odas las piezas encajan. Si la Semana Santa es la demostración de que la eternidad dura sólo un instante, el Miércoles Santo tiene en Nervión la evidencia de que un instante puede durar toda la eternidad. Un leve detalle, un simple gesto, un efíme ro momento de la amplia liturgia que acompaña a la her mandad de la Sed en su estación de penitencia alberga la mismísima infinitud. De la misma manera que las dis tancias físicas son absolutamente relativas, convirtien do el largo tranco desde la Gran Plaza a la Catedral en un insignificante y breve paso adelante, los tiempos de jan de existir en un paradójico abrazo entre el barco de la fe y el relativismo. La perpetuidad reside en el camino que se completa sobre la rampa de tablas que une el templo y la calle y que resuena hasta el colegio donde forman, tras la ta pia, las centenas de nazarenos de antifaces negros a los que el sonido de la madera pisada dispara el pulso. Y en la revirá del Señor en la calle que lleva su nombre para colocarse mirando a Sevilla. Y en ese solo de corneta ga ditana que rasga corazones y rompe las manos de la gen te tras la valla. Y en el vuelo de un pétalo de rosa en Car denal Lluch que cae sobre el palio turquesa en el que cada querubín de marfil esconde el nombre de un niño. Y en el círculo que rodea la fuente de San Juan de Dios donde los ojos garzos de la Madre reparte consuelo en tre los enfermos. Y en la caída de cada lágrima de quien es ólo ón da me er ga is n en de de ta e y ta os en ra ga n ar ue ño. os n en

no puede ya levantarse de su silla en la puerta del hos pital. Y en el recuerdo de Ricardo Mora junto al Porta celi dirigiendo a todos sus hermanos desde la cruz de guía con los ojos de la fe, con esos que ni siquiera tienen que mirar para ver. Y en una nota musical de ‘Ione’ por el Muro de los Navarros. Y en lo que dura un saludo a las puertas de Santiago. Y en el trago de agua con dos gotas de anís en un jarrillo de lata para subir a Placen tines. Y en la extensión de una mano que irrumpe tras la reja de la ventanita del convento de Santa María de Jesús para recoger una estampa. Y en el lacónico rezo de un anciano en la puerta de las Hermanitas de los Po bres. Y en la saeta entre los naranjos del barrio de ma drugada. Es el humo del cirio que apaga siempre un cla vel bajo el dintel de la Inmaculada Concepción cuando ya es jueves. Es el abrazo de un padre con su hijo junto al Sagrado Corazón al concluir el trayecto. Es el tiempo que dedicó Álvarez Duarte a firmar su obra colocándo le una espina clavada en la ceja derecha. Es el paso del aire por el hueco que dejan los dedos gubiados por Dubé de Luque. Son las horas de hilvanes y pespuntes que le quedan a Charo Bernardino con el nuevo manto celes te de la Virgen. Eternidad no es sólo una marcha o una campaña de promoción. Es el camino que va una y otra vez, desde hace siglos, milenios en realidad, de la Cruz del Campo al centro del alma de la ciudad para hacer patente el triunfo sobre la muerte.

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