Pregón de Semana Santa Joaquín Romero Murube

JOAQUIN ROM SRO Y MURUB �

un pueblo ancho y luminoso de las marismas del Gua­ dalquivir. La cal de las fachadas y la amplitud de las calles hacía que éstas fuesen verdaderos ríos de luz y claridad. Y la primera impresión que me producían las calles de Sevilla era de tristeza; me parecían estre­ chas, oscmas, sombrías. Pero cuando ya iba uno por ellas se producía un fenómeno singular: por los hue­ cos de las puertas, por los zaguanes, los ojos vislum­ braban a través de las cancelas unas zonas luminosas, soleadas. Eran Jos patios. Y aquello nos inducía a pensar que las personas que vivían en e1 interior de aquellas casas que tenían un corazón luminoso, serían felices: veían el sol, el aire, el cielo... ¡Qué patios aque­ llos de Sevilla I No me refiero a los monumentales y espaciosos de algunos palacios: sino a los de casa me­ dia, pequeños, innumerables. Tenían sus cuadros, sus muebles, sus síllas de rejilla. Aquello era como un salón con techo de cielo. Y luego, las flores: antigua• mente, los bruscos, con sus hojas oscuras, punzantes, casi metálicas; en otros, los helechos, de un verdeg;iy desvaído, y con -una fisiología vegetal primaria, casi elemental ; y las quencias, remontadas rápidamente, porque buscan la luz alta, con sus hojas desmayadas, curvas, grandes y elegantísimas, como fantásticas aves del Paraíso... ¡Todo esto se va perdiendo! Repito: ¡ Ri-

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