Sevilla en Navidad 2022

A Diego, con la cincuentena más que entrada a cuestas, sus amigos le reprochan que se tome la Navidad como un niño. ¿Cómo tomársela en- tonces? Él defiende su entusiasmo ín - timo, alejado de lucecitas de colores y machaco- nes reclamos fatuos, recordando el villancico de los campanilleros con el que su madre lo hacía llorar en la tierna infancia: “Madre, en la puerta hay un Niño, / más hermoso que el sol bello, / di- ciendo que tiene frío, / porque viene casi en cue- ros. / Pues dile que entre y se calentará, / porque en esta tierra ya no hay caridad”. Esa trémula emoción le ha acompañado toda su vida y no la oculta. La suya es una Navidad siem- pre a más, porque, a la emoción de la memoria, su sensibilidad de artista le añade la agitación de lo que todavía no ha llegado. En esa expec- tación renovada año tras año revive la infancia en la voz de su madre cantando el más tierno de todos los villancicos, que dispara en quien lo escucha un inmediato movimiento de conmi- seración con ese crío medio desnudo que pasa frío a la puerta. Porque en la Navidad de nuestra infancia hacía frío. Aunque no lo hiciera, pero al recuerdo le viene bien ese detalle del frío en el ambiente, las naricitas de los niños enrojecidas pegadas al cristal de la tienda de juguetes don- de contemplan por anticipado el regalo que le pedirán a los Reyes Magos. La nostalgia ha sepultado la ilusión bajo paleta- das de melancolía. Sin pretenderlo, hemos con- vertido la Navidad en una fiesta retrospectiva, un

eco lejano de algo que sucedía en el pasado de manera alegre, ruidosa, festiva, rodeada de gen- te, refulgente en la memoria. Pero a la vez ese eco, teñido de sentimentalismo, nos ahoga las voces del momento y nos limita el horizonte que estamos dispuestos a contemplar, achatándonos el paisaje por el que transitamos, inmóviles como estatuas de sal de tanto mirar hacia atrás. Y, sin embargo, la mejor Navidad está siempre por llegar. Las sombras del pasado no pueden apagar los fulgores del porvenir, ni el volumen de las ausencias ocupar todo el espacio familiar por muy dolorosas que sean. El reencuentro, la celebración, la alegría de doblar el cabo de las tormentas de un año que se va son siempre ma- yores que la tristeza que nos encierra en una cár- cel de desilusión. Ojalá nada nos robe esta Navidad la aspiración a la felicidad, esa que nos deseamos de forma rutinaria, casi mecánicamente. Ojalá fuéramos capaces de recobrar la alegría de la infancia, esa que aguarda agazapada en algún momento de la próxima Navidad, esa que esconde en su interior la mejor versión de una fiesta que nos hace revivir. Porque cada Navidad trae algo especial. Es cues- tión de descubrirlo. Y de dejarse deslumbrar. No por las bombillas de las calles sino por la alegría de quienes como Diego son capaces de vivir en la esperanza, que tantas reminiscencias tiene en Sevilla justo una semana por delante de la Natividad, como anticipo de lo que viene será aun mejor.

JAVIER RUBIO

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