Sevilla en Primavera 2019

La Fuente de la Primavera

JAVIER RUBIO

S evilla en primavera es un surtidor de luz, un chorro de color que se derrama como si se tratase de un manantial inagotable. La fuente de la eterna juventud que buscaron los conquista- dores en América está en realidad en Sevilla. Aquí brota el reguero bendito del que beben sevillanos y forasteros, una fontana fulgurante que inunda la ciudad y su alfoz con un brillo especial en cuanto el calendario anuncia las fechas más significadas de Sevilla: la centena aproximada de días que incluyen la Cuaresma, la Semana Santa, la Pascua de Resu- rrección, la Feria y el Corpus. Sevilla se rejuvenece esos días, como si el tiempo no le hubiera dejado marcada de viruela la cara, como si el paso de los años no la hubiera ajado en el rostro de sus calles, marcadas las arrugas en los caliches de sus fachadas. Se la ve más jirocha, erguida con el orgullo de saberse guapa porque el esplendor de esta luz de primavera le saca los colores y borra las ojeras de quien lleva mucho consumido dentro. ¿Dónde está ese manantial donde la vieja dama recupera la doncellez? Hay quien sostiene que esa fuente es la de la Pasarela, con sus cuatro estípites una por cada estación del año. Otros la identifican con la fuente de la plaza Virgen de los Reyes, por cuyos caños mana la misma historia de la Hispalis romana que los almohades usaron para calzar la torre fortísima que domina desde

su atalaya el horizonte. Algunos creen que esa fuente del elixir de la vida está a los pies alados de Mercurio, el mensajero de los dioses que co- rre que se las pela para expandir el comercio cuando Sevilla fue metrópoli de un imperio en el que nunca se ponía el sol. ¿Acaso la fuente de la plaza de la Alianza, en pleno barrio de Santa Cruz, a tiro de piedra de esa calle con el nombre más bonito de Sevilla: Vida? ¿Será esa la fuente de la eterna primavera hispalense? O la fuente de la diosa Híspalis, arrastrado su carro por tortugas de paso declinante. No falta quienes la identifi- can con la pila del Pato porque no ha habido otra que se haya movido más por toda la ciudad: de la plaza de San Francisco a la Alameda, de allí al Prado de San Sebastián y vuelta a San Leandro: ¿no es ese espíritu inquieto y novelero el que me- jor representa el carácter voluble y mutante de la propia ciudad? Prefiero imaginar que esa fuente de la eternidad hispalense está en el Alcázar. En el patio de las Doncellas: en esa pila circular se abisma el espíritu de la ciudad oculta, serena, contenida y sentimen- tal que nos roba la juventud a todos sus hijos para lucir ella inmarcesible. Allí está la fuente de la pri- mavera, a ras de suelo su pila de mármol y el caño borboteante en el centro, apenas unos centímetros por encima del pavimento. Allí está el agua que Se- villa bebe con avaricia estos días para sobrevivir eternamente en sus hijos.

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