Ventanas al Paraíso
Leyendas de Mágina
Al fin prosperó la iniciativa del “Gato”, pero con una condición, tendría que haber unos guardianes en torno al lugar del encuentro, para avisar si venía “Virgil”, siempre atento a cualquier travesura de los mozuelos.
El concurso comenzó dos días después, nombraron testigos a un servidor y al más pequeñín “Paquillo el Chato”, como era lógico ganó el que todos conocíamos, Rafael “el Gato”, este se acercó a la dama, se bajó los pantalones nuevamente y la bella muchacha de cuentos de hadas, cogió entre su mano derecha la hermosa “polla” ,al principio suave, después con gran intensidad masturbó durante dos minutos, sin que surgiera el liquido proveniente del orificio del capullo; pasados los dos minutos, “El Gato” siguió masturbándose el mismo (ya fuera de concurso) y poco después surgió un líquido blanco que jamás había visto, ni tampoco “Paquillo el Chato”... vi como se quedó asombrado. El ganador y la bella echaron su rato en una cueva dentro del orujo, un día mas tarde, sobre todo para reponer el lógico desgaste. A partir de entonces, entre los jóvenes era signo de virilidad que con las pajas nos corriéramos y cual era el pene mas tieso y mas grande; tanto repercutió esta necesidad, que un día “Paquillo el Chato”, para demostrar que él se vaciaba, roció su pequeño pene con un caldo blanco, procedente de unas plantas llamadas popularmente “caldos borriqueros”. Ni que decir tiene, el preciado elemento se le hinchó, produciéndole gran malestar y surgió la necesidad de revelar tan malogrado incidente a su familia, la cual tuvo que asear con agua caliente durante un mes y frotar con una pomada recetada por el médico de Jimena. Pasaron tres años, “El Chato”, me indicó su pene había alcanzado una gran dimensión a partir de los caldos borriqueros, seguro desbancaría al "Gato", hasta ahora dueño y señor de la damisela de nuestros sueños. Así fue, el día de la cita en la cueva del orujo, (por cierto, ignorábamos el peligro de un derrumbe, afortunadamente nunca sucedió), estaba yo de guardián por si venía el encargado de la fábrica; había pasado
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