25 años dela invasión

6

LA PRENSA SÁBADO 20 DE DICIEMBRE DE 2014

REFUGIO. El cuartel de las Fuerzas de Defensa en Panamá Viejo estaba a un costado de la torre histórica. Era un edificio largo de dos pisos. Su principal atracción era una caballeriza en la pradera posterior. Habían ejemplares de servicio, y otros que pertenecían a los grandes jefes militares. LA PRENSA/Archivo

salieron de atrás de un mu- rito y les dieron bala, her- mano. El carro cayó en la zanja al lado de la casa de la señora Lola, cerquita de mi casa. Desde mi ventana po- día ver los pedazos de cere- bro en el auto. Luego llegó unaambulanciay se los llevó a todos; uno estaba vivo, pe- ro murió en el trayecto. No pasó ni una hora de eso cuandodesbarataronese ca- rro: le cayó un montón de gente y se llevaron vidrios, llantas, puertas, asientos. Solo dejaron el cascarón. Después de eso, nadie más salió”. Cuandocayóelsol,lossol- dados estadounidenses ya habían neutralizado el área. Sus retenes controlaban quién entraba y quién salía. El cuartel de Panamá Viejo había sido conquistado. Se trataba de un edificio largo, de dos pisos. Su parte trasera daba hacia los man- glares yal Pacífico. Lapuerta delantera estaba muy cerca de la torrede la catedral de la HIJA LLEGÓ CON 1 G. DE HEMOGLOBINA. NO HABÍA CAMAS NI SANGRE”. “ TUVE QUE ROGARLES A LOS DE LAS TANQUETAS QUE ME AYUDARAN A LLEVAR A MI HIJA AL HOSPITAL. LLEGAMOS AL SANTO TOMÁS A LAS 9:00 A.M. MI

de la lama se refugiaron en sus casas. Ya en la tarde, con latranquilidadimpuestapor los invasores, la inquietud se apoderó de varios de ellos. Decidieron participar en los saqueos que empezaron a ocurrir en la ciudad. “Eran ‘pelaos’ de 15 y 16 años. Elmenor del grupoese que rescató a los gringos y después saqueó, tenía como 11 años”, evoca Valerín. Se fueron en un auto a la ciudad, a ver qué conseguían de valor. Al regreso se topa- ron con el retén frente a la estatuaMorelos.Pornervios, o desobediencia, ignoraron las órdenes de alto de los sol- dados. Después, plomo. “Les tiraron hasta con morteros. Ninguno sobrevivió”. La familiadeunodeellos prefiere no hablar. Ni da se- ñas para identificarlo. “Eso es algo muy doloroso para nosotros”, dice un pariente desde la entrada de su casa. “Mimamá seponemuymal cuando habla de eso”. 25 años no son suficientes. AL PISO Y ESTUVIMOS COMO CINCO DÍAS SIN SALIR DE LA CASA... TODO NOS PARECÍA IRREAL”. “ ESTÁBAMOS EN LA SALA CUANDO ESCUCHAMOS EL BOMBARDEO. ERA UN RUIDO IMPRESIONANTE, MUY PROFUNDO. NOS TIRAMOS

TRANQUILIDAD. En el barrio, la mayoría de los habitantes se mantuvo serena ante la invasión de tropas extranjeras. Preferían llegar vivos a Navidad. LA PRENSA/Archivo

ciudadantigua, lade laspos- tales. Detrás de la torre, casi llegandoaRíoAbajo, losmi- litares panameños habían montado una caballeriza con ejemplares para la faena y otros, más finos, de los je- fes. Días después de la in- vasión, el cuartel aún des- prendía olor a carne quema- da de soldados y equinos. En calle quinta, José Ál- varez apenas si escuchó las ráfagas disparadas por los estadounidenses. Desde el comienzode la invasiónpre- firióanestesiar sucuriosidad y se mantuvo en casa con su familia. A sus 42 años, Elly de Ar- chibold, una de sus hijas, re- cuerda con claridad aquella escena. “Estábamos en la sa- la cuando escuchamos el bombardeo. Era un ruido impresionante, profundo. Nos tiramos al piso”, dice. Durante varios días el si- lencio caracterizó a Panamá Viejo. Algunos salían a ver qué podían saquear, pero la mayoríapreferíaesperarcon vida la Navidad. “Estuvimos

como cinco días sin salir. Mi papá siempre seabastecíade alimentos en quincena, así que no hubo necesidad de ir a buscar comida”. La entrada y salida de Pa- namá Viejo era una odisea que solo podían cumplir los más astutos. Había retenes cerca de Puente del Rey, al lado de la estatuaMorelos, y en el cruce con Santa Elena. Tampoco pasaban los buses. Duranteeldíaylanochese veíaa losmilitaresdeEstados Unidos entre las calles estre- chas. De vez en cuando, un autoa todamarchahuíade la metralla. Era un control total departede losestadouniden- ses, una especie de extensión de la antiguaZona del Canal. Una de esas noches, un grupo de vecinos se reunió en los estacionamientos del minisuper Rambo, en la vía principal del barrio. Des- pués de un rato, desde un helicóptero les ordenaron dispersar esa concentración. Algunos no hicieron caso y protestaron por la falta de comida. Les contestaroncon

disparos.Enlahuida, unode ellos dejó una de sus chan- cletas que recogió horas después. Desde aquel día lo apodaronChancletín. “Todo parecía irreal”, ex- presaElly deArchibold. Con la muerte de su padre, años después del episodio de los valientes del fango, se mudó de Panamá Viejo a Campo Lindbergh. Regresa a diario al barrio en el que creció y donde dirige un pequeño kínder en calle tercera. “Mi papá sabía de carpin- tería. Recuerdo cómo en un solo día fabricó tres ataúdes en el portal de la casa. Eran para tres vecinos. Uno de ellos era muy allegado a nosotros. Era nuestra mejor vecina. A su hijo lo mataron con una ba- zucaoalgoporelestilo,nosé, solo la recuerdoa ella lloran- do y a su hijo con un hoyo en el pecho”.

LOS HÉROES TAMBIÉN SAQUEAN

Los muchachos que ayu- daron a los soldados a salir

Made with