SUPLEMENTO ESPECIAL XII PREMIOS LA VOZ 11-11-2017

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Aquella guerra de papel FRANCISCO APAOLAZA COLUMNISTA DE LA VOZ

T enía la sensación de que escribía para nadie. Con- taba con la certeza de que las letras que apare- cían en la pantalla de la redacción de LA VOZ en la Zona Franca después se impri- mían en los rodillos enloquecidos de la rotativa, que más tarde se api- laban en paquetes de periódicos, de ahí a la furgoneta de madrugada, al quiosco y después, Dios sabe. Por un tiempo pensé que los periódicos se vertían a calles desiertas y oscuras, que eran las únicas calles que veía, pues salíamos de la redacción tarde y de ahí nos encerrábamos en los ba- res. Al salir, ya no había nadie. El pe- riodista es un tipo solitario, una vida a contrapelo. En aquellos tiempos llegaba a escucharme a mí mismo como el eco de unos pasos por la ca- lle Rosario, tan recta y tan vacía y tan silenciosa a aquella hora. Salíamos tarde, ganábamos poco y gastábamos mucho y casi todo en ba- res, porque como me recordó el otro día Raúl del Pozo, el periodismo es duro, pero peor es trabajar. Después del cierre, una hamburguesa, un pla- to de alitas de pollo con una tormen- ta de sal y ya nos metíamos en hielo. Del bar de copas no quiero decir el nombre. Lo recordarán los lectores más golfos porque tenía una puerta de madera con cristales opacos, casi una puerta de salón de piso del nor- te de Madrid de los ochenta. Dentro, el mobiliario constaba de unas me- sas de mimbre en las que no solíamos sentarnos a no ser que alguno vinie- ra lesionado, pues somos gentes de barra. También había un acuario enor- me con lamparones de verdín en el que navegaban con indiferente apa- tía un par de peces plateados y otros pequeños azules y rojos, miembros probables de un antiguo banco ya diezmado y a punto de extinguirse. También vivía un pez negro que lim- piaba los cristales, se alimentaba de algas y tenía un trapío imponente ya que, como digo, había mucho verdín. La aurora de aquella luz de neón de acuario ofrecía al bar un aspecto os- curo de sala de mandos de submari- no. La camarera se llamaba Ana Cris-

Cuenta José María García que en ‘Pueblo’ alguien llegó quejándose a un jefe de que si a esa redacción hu- biera venido Cervantes con ‘El Qui- jote’ no lo hubieran publicado nun- ca. Le respondió que sí, que se hu- biera publicado, pero en folio y me- dio y poniendo en qué lugar de La Mancha. En aquellos días de los que les hablo, un breve era el Quijote; un sumario, una granada de mano y cada titular, la toma de Mosul. Por eso an- dábamos por allí, en esa barra junto al acuario, como altivos mosquete- ros en busca de combate: en cada de- rrota cabía una ofensa; en cada vic- toria, la promera del Olimpo. Cada exclusiva valía un paquete de Lucky, cuatro o cinco whiskys y otros tan- tos platos de frutos secos. Aún está- bamos en esa edad en la que uno po- día tomarse cuatro o cinco copas de embellecedor con coca cola y al día comparecer en el despacho de la di- rectora sin que lo confundieran con un náufrago. Ha pasado una década de aquello. Recuerdo sobre todo las sensaciones. La adrenalina. Peleábamos una gue- rra de papel. Aún latía en ese mun- do cierta épica y romanticismo. Yo no sabía para qué escribíamos, pero ahora sí. Decían que los periódicos éramos los garantes de la verdad y esa frase me resultaba demasiado rimbombante. Ahora creo que es cier- ta. El periódico que usted está leyen- do, que en su versión física de papel le sirve además para envolver el bo- cadillo de chicharrones y cubrir el suelo de la jaula del pájaro, este me- dio, con todas sus limitaciones, sus vicios, contradicciones y sus caren- cias, es la última trinchera de la rea- lidad. Fuera de la prensa, el lector está expuesto a toda la artillería de la posverdad, incluidas simplifica- ciones, maniobras de posicionamien- to, informaciones interesadas y todo tipo de mentiras, incluidas las estra- tegias de gobiernos extranjeros que desean influir en este país y en otros. Si alguien creyó que la verdad esta- ba fuera de los periódicos se equivo- có, porque la verdad está aquí den- tro. Aquella guerra de papel tenía un porqué.

to y servía gominolas y frutos secos que nos daban más sed y nos excita- ban aún más y así se cerraba el círcu- lo virtuoso del periodismo de madru- gada hasta que caíamos ebrios, ren- didos, muertos de risa o de llanto a días alternos.

«Si alguien creyó que la verdad estaba fuera de los periódicos se equivocó, la verdad está aquí dentro»

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