Pregón de Semana Santa Joaquín Romero Murube

PRmGON DB LA SBMANA SANTA

bellera parecía uno de esos nimbos gloriosos que el arte cristiano heredó seguramente de los pejnados clá­ sicos de la antigüedad. Comenzó el acto. El Presi­ dente de la Sección de Literatura hizo la consabida presentación del orador: dijo de sus méritos y cuali­ dades; exaltó los valores de sus obras; destacó los linos matices de su oratoria y cedió la palabra al con­ ferenciante... Este se puso en pie. Como el salón de actos del Ateneo es una pieza pequefía y de no mucha altura de techos, la fornida corpulencia del conferenciante se acusaba con proporciones de estatua viviente. Penna­ neció unos minutos silencioso, con los brazos caídos sobre la mesa. Luego levantó la vista, como buscando algo que se le hubiera perdido por los rincones del te­ cho. Pero mudo. El escaso público comenzó a impa­ cientarse. El orador levantó una mano, como si fuera a coger algo por el aire; pero continuaba encerrado en su terrible mutismo. Se produjo en la sala Wla sensación de angustia densa, irrespirable. El orador no podia romper · a hablar. Aquella escena entraba en los límites de la tortura, cuando el Presidente del Ate­ neo, que ocupaba la presidencia y que era médico, tu­ vo una idea salvadora: se puso en pie junto a aquella estatua viva y muda, le cogió el pulso, hizo como qu.e

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