Pregón de Semana Santa Joaquín Romero Murube

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en el misterio de las plazas, en el silencio de los patios, en la luz con sueño de algunos ojos, en un más allá indefinible y arcano que nos hace, de pronto, al ir por la calle, al estar en nuestro balcón, subir los ojos, mi­ rar al cielo y sentirnos llenos de una felicidad sin limi­ tes, no sabemos por qué... En los barrios, en los pueblos, podemos observar un íen6mcno que ocurre .con relativa frecuencia. Es,. tá un hombre en su casa, en su trabajo, en su distrae ci6n, o no haciendo nada. De pronto siente la necesi­ dad de asomarse a la puerta de la calle. Nada ocurre, ni pasa nadie que le interese. Se asoma: ve la luz, per­ cibe el aire, mira al cielo. Vuelve a entrar en su casa. Reanuda su trabajo, su jueg1> o su ocio. No ha pasa­ do nada... ¿Nada? En aquel momento este sevillano acaba de ponerse en contacto con el cosmos, acaba de acusar su perfecta biolog'ia en la maravillosa armonía de la creación. Ha tenido el aire, la luz, el infinito, den­ tro de sus ojos, en su sangre, en su vida. El sevillano va quemando lentamente sus horas, junto a una mujer, junto a un libro, junto a una copa de vino, de charla o palique con la amistad de todos los días, obteniendo de todo ello un goce interior, una satisfacción de placer único y difícil, que sólo él sabe medir y calibrar. El sevillano lo mide y calibra todo.

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