Pregón de Semana Santa Joaquín Romero Murube

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decir. En esos itinerarios que cada sevillano se hace para ir viendo la Semana Santa desde el lugar de la ciudad que más le interesa, yo tenia la costumbre, ya imposible de realizar por desgracia, de ver salir el Do­ mingo de Ramos la primera, a las tres de la tarde, de la iglesia de San Julián: la Hiniesta. ¡Qué maravilla de salida perdida para siempre por la estultez y sal­ vajismo de la época republicana! Después de ver la Hiniesta en la plaza de pueblo grande de su barrio, ba­ jaba hacia la Europa, y allí esperaba el paso de la Ce­ na, que vema de Omnium Sanctorum, por la calle Co­ rreduría. A eso de las cinco de la tarde, la Europa, con sus casas bajas, sus tabernas rebosantes, sus fa­ chadas encaladas o, algunas, pintadas de verde, los balcones llenos de macetas floridas, tenía una luz y una transparencia maravillosas. Había un enormemur­ mullo de muchedumbre; pero en aquel aire transpa­ rente no era ruido horrísono y confuso, sino que todo se oía claro y distinto: el pregón de la vendeja, el pito del niño, el hombre de los globos, el de losbastones, la risa de los soldados con las mozas, la voz de los cama­ reros atendiendo a veinte sitios distintos al mismo tiempo... Y como fondo de este retazo de m6sicapo­ pular, un redoble de cornetas y tambores que se acer­ caban, · lentamente, con la procesión. Y el paso de la

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