ESPECIAL PASIÓN EN CÓRDOBA 2020
1937 no fue un año más para la Sema- na Santa de Córdoba. La Guerra Civil seguía su curso, pero los mo- vimientos del frente —a pesar de su cercanía a la ciudad— no afectaron al desarrollo de la fiesta que sí se había visto notablemente modificado en el clima enrarecido —previo al alzamiento militar del 18 de julio— de la primavera anterior. Es historia sabida. En 1936, después de los años convulsos que siguieron a la pro- clamación de la II República, sólo se había puesto en la calle la cofradía de las Angustias. Era el fin de una época y la apertura de un tiempo nuevo trufado de luces y de sombras que, en la faceta estrictamente cofradiera, se iba a sellar con tres estrenos fundamentales. El primero fue la primera salida de la cofradía de la Misericordia desde la iglesia de la Magdalena, organizada en torno al primi- tivo Crucificado de la Salud de la extinta corporación del Santísimo de la histórica parroquia fernandina. El segun- do nos volvía a conducir al templo conventual de San Agus- tín: las Angustias estrenó el primer palio de la Semana Santa moderna, elevado sobre dieciséis varales de los ta- lleres lucentinos de Angulo y con bordados de las madres adoratrices según el diseño de Manuel Mora Valle. El palio de las Angustias era ochavado, siguiendo ese modelo genuinamente cordobés —ya tenía algunos pre- cedentes, como el antiguo paso de la Urna del Sepul- cro— que se iba a ver consagrado con el tercer estreno de aquel año fundamental: el deslumbrante paso de pla- ta de Nuestra Señora de los Dolores, obra de un joven orfebre de 28 años llamado Emilio García Armenta (Montilla, 1908) que había trabajado en colaboración con los hermanos Fragero, el taller donde había afian- zado el oficio. No tuvo mucho tiempo más. García Ar- menta se trasladó a Sevilla muy pronto, a finales de 1939, aunque inicialmente no iba a interrumpir la re- lación con Córdoba. La corona de la Virgen de la Espe- ranza de Santa Marina corresponde a esa primera eta- pa sevillana. Tres años después cincelaría la de la Vir- gen del Amor de San Basilio. Menos conocida es su relación con la cofradía de la Buena Muerte, estableci- da también en esos primeros años de su aterrizaje en Sevilla e integrado en el taller de Argenta. José Alfon- so y Eduardo Capdevila recuerdan que el jefe de aquel taller era el propio García Armenta, aunque el encargo —una cruz de guía de plata que tenía que haberse es- trenado en 1946 para la primera salida de la flamante cofradía de San Hipólito— no llegó a materializarse. Y Sevilla… La obra de García Armenta, en cualquier caso, adquiriría fama y difusión 138 kilómetros río abajo. Poco más de dos años después del estreno del paso de los Dolores, el orfe- bre ya se encontraba en la ciudad de la Giralda. Había in- gresado en el taller de Francisco Bautista que —a su vez— había sido discípulo del gran Cayetano González. Las in- fluencias serían patentes. No muchos años después se in- dependizaría abriendo obrador propio en la calle Conde
JUAN JOSÉ ÚBEDA
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PASIÓN EN CÓRDOBA
GARCÍA ARMENTA, SIN CAMBIAR DE ORILLA
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