ESPECIAL PASIÓN EN CÓRDOBA 2020

La sombra de un nazareno de la Santa Faz

Pero todo cambia en verdad y nuestras vidas son ríos que van a dar a la mar, que es el morir. Por eso la Cuares- ma y el Adviento se repiten cada año con insistencia he- roica, quizá infantil. Por eso cuaresma es todo el año en la vida del cofrade. Porque el cofrade siempre espera en un continuo devenir hacia lo que cuando pasa ya se ha ido. En la extinta taberna de La Trabajadera, como en tantas otras del mismo tenor, había un calendario que iba descontando los días que faltaban para el Domingo de Ramos, donde empieza y acaso acabe la Pasión para el auténtico cofrade, que es aquel que vive la entrada triunfal en Jerusalén con gozo estrictamente humano, como el niño que en ese día estrena ropa y sale orgullo- so a la límpida mañana de la mano de su madre. Es el día en el que se resuelve el misterio de su vida cristiana. Lo vio nacer y ahora lo ve en su plenitud triunfante. Ha lle- gado para ser rey, para instaurar el reino celestial del que los cristianos somos partícipes como cruzados, por de- recho de sangre, de fe, de esperanza y de victoria. Lo que acontece luego le viene largo, le desconcierta, le fatiga, le deprime, incluso en su significado pascual. Como le viene largo e incomprensible al creyente el Apocalipsis, el milenarismo que solo crea monstruos inasequibles a la razón. El cofrade en realidad vive la Pasión como una excedencia del Domingo de Ramos, como una proyec- ción de su gozo por la culminación de su obra. Y de este modo sigue llevando a Cristo, a su rey, a hombros y a cue- llo, en su trono, atormentado, injuriado, flagelado, cru- cificado, muerto y sepultado, pero honrado, enaltecido, barrocamente ensalzado en su majestad, porque única- mente así lo entiende, así lo ama. Si no fuera de este modo, la Semana Santa sería otra cosa. De hecho, la Iglesia ha querido siempre que fuera otra cosa. La voluntad del co- frade, sin embargo, se ha impuesto en las tierras de la ca- tolicidad, de la cristiandad verdadera y universal. Por eso en Andalucía, como en ningún otro lugar, la Pasión es una fiesta que sacraliza al Cristo humano, heroico, que no quiere revelar su poder divino para justificar su muer- te y de alguna manera rebajarla. «Ch’un bel morir tutta una vita onora», decía Petrarca. Cristo sabe morir huma- namente con el arte inigualable de un dios. Es lo que el cofrade admira, aplaude y mimetiza en la medida de sus posibilidades. Hay otros dioses, muertos, asesinados, predestinados al sacrificio, en otras religiones. Pero nin- guno es tan consciente de su obligación, de su vergüen- za torera, de su hombría, como el de los cristianos. La Semana Santa es la escenificación artística de esta rea- lidad incuestionable. No hace falta ser creyente para asu- mirla en su cegadora fascinación. Solo es necesaria la sensibilidad del artista. No a otra cosa conduce la Cuaresma, sino a explicar la necesidad de la fe. No la afirma, ni la sostiene, ni si- quiera la prueba. Solo nos muestra lo poco que somos sin ella. La Cuaresma no saca de sus dudas al creyente, pero tal vez inspire las suyas al ateo. Quedémonos con este elegante consuelo.

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LA CUARESMA QUE NO CESAA

PASIÓN EN CÓRDOBA

ROLDÁN SERRANO

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