Sevilla en Navidad 2023

Sevilla en Navidad |

E n casa nunca matamos el pavo. Pero mis padres sí lo recordaban porque entonces se regalaban vivos y había que darles matarile y luego escaldarlos y desplumarlos y embadurnarlos en manteca y meterlos al horno debidamente guar- necidos: ¡cómo para no hacer fiesta cuando se lo comían, con lo que les había costado llegar hasta el momento de trinchar al volátil! Menuda fiesta, tanta comida sobre la mesa en aquellos años de escasez y penurias. Se compraban en la Gran Plaza o en el Tardón y los entregaban vivos en las casas como obsequio distinguido. Se dejaban a los pies del guardia de tráfico, amarrados a un poste en la plaza de San Francisco para que no saliera huyendo el animal. No hace tanto de eso. O creemos que no hace tanto. La edad del pavo es otra cosa. Por ahí he- mos pasado todos en la tierra de nadie entre la niñez y la adolescencia, cuando se está con un pie en cada lado de la raya y todo empuja hacia la vida adulta pero uno se resiste con todas sus fuerzas a dejar el cómodo regazo de la infancia. La Navidad es, en cierto sentido, una edad del pavo continua, como si se repitiera año tras año esa difuminada frontera en la que el adulto vuel- ve a hacerse niño. Más infantil cuantos más años cumple, persiguiendo el tiempo perdido como si fuera posible recuperarlo. Volver a la algarabía del último día de clase, repleta de cadenetas de papel que habíamos ido confeccionando durante todo diciembre; la musiquilla inconfundible de la lotería de Navidad colándose desde los talleres y los comercios con las puertas abiertas; la visi-

ta de los belenes para descubrir aquella figurita en posición desairada o la cara de Herodes, más horroroso que el feo de los hermanos Calatra- va; las cenas en familia con brindis incluidos, el aguinaldo de la abuela, la visita de las tías, las bromas del día de los inocentes tan ingenuas o más que la festividad, la Nochevieja pegados al televisor, el cotillón con las uvas y los papelillos a base de taladrar las cartulinas sobrantes del cua- trimestre, las cocinas a todo trapo día y noche, los villancicos con los primos tocando una pan- dereta que sonaba a cascajo, la cabalgata en la calle lloviera o helara y la mañana de Reyes Ma- gos con sus puñados de caramelos y peladillas en los zapatos. Sólo recordarlo nos hace gozar con la memoria. Era un ciclo que duraba dos semanas mal con- tadas pero que parecía estirarse como si el con- tinuo espacio-tiempo se curvara y no acabara nunca. Cuánta alegría sin pretenderla, cuánta felicidad de andar por casa, cuánta diversión sin buscarla. Ahora, con la edad a cuestas, nos refu- giamos en esa memoria como quien se guarece del chaparrón bajo una marquesina en la que se siente a salvo y seguro: así nos sentíamos enton- ces, no había nada ni nadie que nos pudiera ro- bar el gozo navideño. Por eso volvemos a ese tiempo, por eso volve- mos la mirada nostálgica para reposarla en los pequeños de la familia que están experimen- tando lo que nosotros ya vivimos. De alguna manera, todos regresamos a esa edad del pavo por Navidad. Aunque en la vida nos haya tocado matar ninguno. noviembre de 2023

JAVIER RUBIO

ABC | 5

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