«Fueron varias las
ocasiones en las que tuve
la suerte de subir a las
carrozas con mi disfraz»
CÁDIZ.
Cuando llegaba el domingode la
cabalgata todos encasamirábamos al cie-
lo esperanzados con que el día fuera so-
leado, una lotería tratándose de febrero
quecomodiceel refránesunmes locopor
sus continuos cambios de tiempo. Esedía
me levantabanerviosa, deseandoque lle-
gara lahoradevestirme conel disfrazque
me había hechomi madre y queme ha-
bía probado infinidad de veces hasta que
quedabaperfectamenteajustadoamicuer-
po, y yo disfrutaba con lo que
para mí era algo mágico,
convertir un trozo de tela
enel trajeque iba a lucir en
esaocasión.Megustabami-
rarme al espejo imaginan-
do el trabajo ya terminado
y por supuesto quejándome
si no estaba demi gusto, me-
nos mal quemi madre se lo to-
maba conpaciencia.Muchas veces inter-
venía en la confecciónmi abuelaAntonia
e inclusomi abueloMiguel se dedicaba a
dibujar los patrones que seusaríanpara el
cortede laspiezas, patrones dibujados con
laperfeccióndeunproyectista debuques
donde cada pieza debe estarmilimétrica-
mentecalculada, no fueronpocos los años
que dedicó a su profesión
en la Bazán.
Perovolviendoaldíade
la cabalgata, omás bien a
los días de cabalgata por-
que no fue una vez, fue-
ronvarias las ocasiones en
que tuve la suertede subir a
las carrozas conmi disfraz. Entonces no
se exigía que fuésemos vestidos sobreun
tema enparticular y semezclaban los in-
dios con los escoceses, las enfermeras con
las odaliscas o las amazonas conCaperu-
citaRoja yBlancanieves, y siemprehabía
arlequines, cowboysypayasos, pero lo im-
portante era pasear por la calleReal sobre
aquella temblorosa carroza tirada por un
tractor.Y rociar conpapelillos y serpenti-
nas a la gentequenosmiraba.Yhabíaque
administrarse con cautela si no querías
que al llegar al centro de la ciudad ya no
te quedara ni un puñado. Pero el día era
realmente divertido, distinto al resto de
días, haciendo algo que no era habitual.
Desde el mediodía ya estaba vestida
y deseando salir a la calle. La primera vi-
sita era a casa de mi tía Isabel que se
deshacía en elogios. Luego nos paseá-
bamos por la calle Real, y eso de pasear
por esa calle sí que es lo habitual en esta
ciudad. Después de algunas vueltas, en
las que ya nos habíamos cruzado con
muchos amigos, parábamos un rato en
la Plaza del Rey donde aparecían entre
el gentíomis abuelos Salvador yCharo,
buscándonos para invitarnos a almor-
zar en algún lugar cercano. Y llegaba el
momento de irse para el Carmen, al Ca-
llejón Nuevo donde nos esperaban las
carrozas engalanadas lo mejor que se
había podido. Y empezábamos a subir
guiados por los organizadores que in-
tentaban sin conseguirlo hacer una com-
posición armoniosa.
Una vez que se ponía enmarcha la ca-
balgata las horas pasaban mucho más
rápido que las horas de los días anterio-
res que parecían no avanzar aumentan-
do el nerviosismo de la espera.
Ya estábamos recorriendo la calle Real,
lentamente, al son de bandas y chirigo-
tas. Un camino que puede hacerse in-
cluso andando en una media hora y al
que ese día le dedicábamos toda la tar-
de. Una vez finalizado el festivo desfi-
le volvíamos a casa, había que relajar-
se después de un día agotador, y además
no recuerdo que hubiera lunes de resa-
ca y al día siguiente había que levantar-
se temprano para ir al colegio.
«Ese dia me levantaba
nerviosa, deseando que
llegara la hora de vestirme
con el disfraz que me hacía
mi madre; era algo mágico»
La alcaldesa de San Fernando, disfrazada durante su infancia de amazona, junto a otros niños, en la Cabalgata isleña.
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LA VOZ
«Recuerdos de una Cabalgata»
Nombre.
Patricia Cavada Montañés
Edad.
41 años
Lugar de nacimiento.
SanFernando
Profesión.
Abogada y alcaldesa de
San Fernando
Lo que más le gusta del Carnaval.
El ambiente y el bullicio festivo
Lo que menos le gusta del Carna-
val.
Las actitudes incívicas
DE CERCA
Patricia Cavada.
::
LA VOZ
Patricia Cavada
S U P L E M E N T O E S P E C I A L
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ESPECIAL CARNAVAL
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