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MARINERO DE TIERRA ADENTRO

99

Después de la cena, salimos a cubierta a charlar,

fumar y hacer hora para acostarnos pronto porque

al amanecer empezaba la faena de izar los

palangres y recoger el pescao.

Todas las noches me quedaba un buen rato en

cubierta acompañando al marinero de guardia.

Tumbado boca arriba mientras el barco fondeado

era mecido por la marea, contemplaba el brillo de

las estrellas, un cielo enorme en una noche clara

solo comparable a la visión que, años más tarde,

contemplé en el desierto del Sáhara.

Tardaba en dormirme. Estaba en la mar, estaba

faenando como un pescador más, estaba viviendo

las historias que, tantas veces me habían contado.

A veces, me pellizcaba para cerciorarme de que no

era un sueño.

Al alba, daba la voz el cocinero de que el café ya

estaba listo y, después de tomarlo, el patrón ponía

rumbo hacia el primer gallo y daba las indicaciones

para comenzar la faena de izar los palangres.

Como es comprensible, en esta faena tampoco

intervenía yo, es peligrosa y precisa de experiencia;

pero la contemplaba, junto a Bernardo, desde el

puente.

El extremo de cada palangre, tanto el de babor

como el de estribor, se amarra a las ruedas de una

maquinilla que lo va enrollando mientras el barco

avanza lentamente. Cuando llega un pescado

enganchado a un anzuelo, el marinero de cubierta

lo coge con el “cocle” (gancho) y lo iza a bordo

mientras otro marinero corta el sedal y le quita el

anzuelo y, entonces, intervenía yo: con el caballo

limpiaba bien el pescado antes de que los

marineros encargados lo bajasen a la bodega y lo

cubriesen de hielo picado.

Hasta que no acababa la faena de izado de

palangres, el cocinero no preparaba la comida,

fuese la hora que fuese. En la mar no existen

horas para comer ni para dormir; la faena es lo

primero y hasta que no se termina, no se acaba.

Recuerdo que, un día, no encontrábamos el

palangre de estribor. Por la noche, cruzó un barco

por encima de él, lo partió y la marea hizo el resto:

lo alejó no sé cuántas millas. Bernardo, marcó