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MORAL, CATARSIS Y CORRIDAS DE TOROS

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escapatoria). Con respecto a la catarsis colectiva

hemos de afirmar que es muy útil porque los

espectadores ven proyectadas en el matador de

toros sus bajas pasiones y sobre todo porque

existe el castigo que estas merecen, pues las bajas

pasiones están simbolizadas en la bestia, que es el

chivo expiatorio, el toro de lidia. De esta manera

se produce en estos espectadores en efecto

purificador. Los aficionados a los toros mediante

la contemplación de la corrida y mediante su

participación anímica en la misma, someten su

espíritu a profundas conmociones que sirve para

purgarlo. Cuando salen de participar en el duro

castigo y muerte que el torero ha infligido al

animal malvado o víctima propiciatoria sienten su

alma más limpia o se sienten más tranquilos,

siempre, claro está, que su moral se lo permita.

Pero llega el momento en que la moral empieza a

resquebrajarse. A mí, personalmente me ha pasado

esto. Yo era un aficionado de los toros hace unos

20 años. Hoy no aguanto ni cinco minutos con la

tele encendida viendo una corrida de toros. Mi

moral, que antes si lo aceptaba y hasta me

tranquilizaba, ahora opera en mi conciencia y me

provoca todo lo contrario, me pone nervioso, de

muy mal humor, depresivo (sol, moscas y sangre)

y me crea complejo de culpa. Acabo apagando la

tele o cambiando de canal. Ahora los toros se han

convertido para mí en un acto inmoral e incívico.

He llegado a la conclusión de que nadie tiene

derecho a encerrarse en un recinto circular cerrado

y torturar y matar colectivamente, aplaudiendo y

disfrutando con la acción del matador, a

cuchilladas a unos hermosos animales, por mucha

catarsis que esto provoque en el aficionado.

Debemos acabar, cuanto antes, con la legalidad de

este espectáculo tan soez, tan cruel, y tan

abominable, lo mismo que en su día se acabó con

la legalidad de la esclavitud, con la hoguera

inquisitorial, con trata de personas, con la

pedofilia, con el trabajo infantil, con el racismo y

con... tantas tradiciones tan perversas como esta

que nos ocupa.

POEMA DE ANTONIO PÉREZ