- 10 vercladero, porque su intelegencia es infalible? Que no
se hahle de la infauilidacl rlel ncario de Nuestro Senor
Jesucristo; esa infabilidad es absurda, es depresiva de
la dignidad del hombre; es doctrina supernaturalista,
y el sobrenaturalisrno es
absurdo.
Lo que si es verdad
incon<..:lisa, es que el es infalihle en sus juicios, y bas
ta con esto por toda prueba.
Carisimos hijos: Pena, y pena profunda nos cau
sa que propaganda. tan impia como irracional, se haga
sin pudor alguno en nnestra catolica socie<lad.
iA
d6n
de vamos con ensefianzas tan disociadoras? bSe puede
dar incremento de vida
.a,
pueblos que ya padecen de
anemia moraH Aquf conviene que repitamos integro
este Salmo del Profota David, y cuya lectura y rnedi
taci6ll os recomendamos:
"SalvarrF>, Senor, porque falto santo, porque han
veniclo a menos las venlades f'ntre los hijos de los
hombres. Cada uno de ellos ha hahlado cosas vanas a
su pr6jimo: labios engafiosos ban habladu con cora
zon doble.
i
Destruya el.Sefior todos los labios enga
fiosos y la lengna qne habla arrogancias! Los que dije
ron: engrandeceremns nuestra lengua, nuestros labios
de nosotros son.
~Quien
es el Sefior nuestro? Por la
miseria de los desvalidos, y el gemi<lo de los pobres,
ahora me levantare, dice el Senor. Pondrelos en sal
vo: en esto ohrare confiadamente. Las palahras del
Se:fior, palahras puras; plata ensayada al fuego, purifl
cada en la tierra y refinada siete veces. Tu, Se:fior,
nos salvaras y nos gn<'lrdaras de esta generacion para
siempre. Los impios andan al rededor. Segun tu alte
za multiplicat>te los hijos de los hombres." (1)
Queremos terminar esta nuestra pastoral, recor
dandoos el siguiente consHjo dado por el Apostol San
Pedrn: "Hermanos: Se<l sobrios y velad, p0rque el
diablo vuestro adversario anda como le6n, rugien
do al rededor de vosotros buscando
a
quier~
ti:a- ·
gar; resistidle fuertes en la fe, sabiendo que vuestros
hermanos esparcidos por el mundo sufren la misma
tribulaci6n." (2) Si; procurad asiros fuertemente de la
(1) Sal. Xl.
(2) Ep. 1.
0
de S. Pedro, V, 8.