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El hostelero traza su

ruta gastronómica im-

prescindible y cuenta

en primera persona

cuáles son los secretos

de la restauración sevi-

llana que le han cauti-

vado.

Cuando me proponen hacer mi propia ruta

gastronómica de Sevilla, lo primero que pienso

es una ruta geográfica, pero para mí, los bares y

restaurantes no son meros sitios donde comer

y beber (y menos aún en Sevilla), sino espacios

donde se vive y se siente; así pues, mi ruta será

vital y sentimental.

Comenzaría en mi barrio. Allí sigue “

El Uno de

San Román

”, donde me mandaba mi padre a por

tabaco en su día de descanso mientras se arregla-

ba para irnos de paseo y yo me sentía importante

por la responsabilidad. Hoy sigue siendo lugar

perfecto en el que tomarte la primera caña con

una tapa de menudo de chuparse los dedos.

La siguiente estación podría ser los pinchitos que

Luis el Moro preparaba en su anafe en el antiguo

mesón

Torre del Oro

, en la calle Santander. Allí

tenía su corner alquilado en la cocina por el que

pagaba un porcentaje por ventas; pero el tiempo

lo ha borrado del mapa, así que hay que buscar

una alternativa, la cual encontré en

Jarisa

, en

la calle Juan de Mata Carriazo, donde los sirven

-exquisitos- de cordero y preparados y aliñados

por uno de los carniceros de más prestigio y

solera de la zona, Rafael Hidalgo, en el mercado

de la

Puerta de la Carne

.

De allí nos trasladamos a uno de los primeros

bares que comencé a frecuentar sin padres; eran

los años de salir en pandilla. Me estoy refiriendo

a

En la Espero te Esquina

, en la esquina de San

Isidoro con Corral del Rey, donde los nombres

de los emparedados están escritos al revés. Mi

favorito es el de tocino (perdón, un Nocito) muy

tostadito.

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